Belén Altuna, EL PAÍS, 27/7/2011
Olvidamos a veces que los valores democráticos, la libertad y la dignidad de todas las personas especificada en los derechos humanos universales son conquistas incompletas, extremadamente frágiles y voladizas. Conquistas que requieren de una militancia activa, de un cultivo diario, no de «justicieros» o «caballeros templarios», sino de «ciudadanos» que hacen honor a ese nombre.
Escribir sobre Anders Behring Breivik, el asesino de Oslo, es un hecho turbador. Ahí está su media sonrisa triunfal a la salida de los juzgados. No cabe duda de que está disfrutando de su inesperada buena suerte, que le ha permitido salir ileso de la matanza e ir enterándose de las dimensiones de su fama mundial. Hinchado como un pavo, su autopercepción de héroe y líder de la causa debe de andar por las nubes. Al escribir sobre él, alimentamos ese pavo, y corremos el riesgo de publicitar sin querer su ideario asesino.
Y, sin embargo, no puedo evitar preguntarme por la mezcla de horror y fascinación que provoca. Es claro a estas alturas que las víctimas (de las cuales no conocemos ni un solo nombre, ni un solo rostro, al contrario que del verdugo) eran para él un altavoz para dar a conocer de manera internacional sus ideas antiislámicas y ultranacionalistas. En ese sentido, dada esa finalidad instrumental y política de las víctimas, supongo que es correcta la categorización de terrorismo, aunque se trate del extrañísimo caso de un individuo y no de una organización. Ahí están, disponibles en Internet -cosa peligrosa y no sé hasta qué punto inevitable-, 1.500 páginas para intentar justificar 76 asesinatos (y los que vendrían si le siguiera la corte de fanáticos que adoctrina). No he podido evitar echarles un vistazo. Una verborrea interminable que da cuenta de una personalidad metódica y calculadora, exhaustiva y narcisista. Un cerebro privilegiado, dotado de una impresionante racionalidad instrumental sin la más mínima cortapisa moral. Una combinación terrorífica.
A estas alturas ya conocen su tesis: Europa estaría siendo conquistada piano piano por la inmigración musulmana, frente a la tibieza o la complicidad de tantos «marxistas» y «humanistas suicidas» que cantan las maravillas de la tolerancia y el multiculturalismo, al tiempo que están dejando perder las esencias patrias, el cristianismo, el patriarcalismo y el conservadurismo tradicionalista. Una resistencia pannacionalista europea de renacidos «caballeros templarios» debería hacerle frente, expulsando a los musulmanes y cepillándose a no pocos nativos amantes de la diferencia y el multiculturalismo. Estos «traidores» son, sin duda, los más odiados, como muestra tanto su mamotreto como la elección de sus víctimas (cómo no acordarse de «nuestro» Sabino: los maquetófilos son mucho peor que los maquetos).
Por muy delirante que pueda parecernos este afán sanguinario, no cabe duda de que encontrará sus seguidores. Olvidamos a veces que los valores democráticos, la libertad y la dignidad de todas las personas especificada en los derechos humanos universales son conquistas incompletas, extremadamente frágiles y voladizas. Conquistas que requieren de una militancia activa, de un cultivo diario, no de «justicieros» o «caballeros templarios», sino de «ciudadanos» que hacen honor a ese nombre.