ABC 24/01/15
JOSÉ IGNACIO PALACIOS ZUASTI, SENADOR POR NAVARRA Y MIEMBRO DEL COMITÉ EJECUTIVO NACIONAL DEL PARTIDO POPULAR
· «El recuerdo de ese donostiarra, vasco y español que derrochó tanto heroísmo, que tuvo el coraje de decir “yo no me callo” y la valentía de gritar a los etarras: “los que sobran son ellos”, sigue muy vivo»
HACIA las cuatro de la tarde del lunes 23 de enero de 1995 una llamada telefónica me dejó petrificado: mi amigo y compañero de partido Gregorio Ordóñez había sido asesinado. Inmediatamente me desplacé hasta San Sebastián y después de permanecer durante varias horas en su capilla ardiente, en una noche lluviosa y desapacible, me puse a deambular por las calles de la parte vieja donostiarra. Así llegué hasta el lugar en el que había caído. El bar estaba cerrado y en la calle solamente encontré a una chica de unos veinte años que paseaba a su perro a la que, haciéndome el forastero, le pregunté quién era el que había sido asesinado, a lo que me respondió: «uno que en mayo iba a ser el alcalde». Era la mejor contestación que podía recibir y el mejor homenaje que se le podía rendir a Goyo, porque me estaba confirmando que él había sido artífice de que el Partido Popular hubiera pasado de la posición marginal que ocupaba en Guipúzcoa a comienzos de los años ochenta a ser el más votado de San Sebastián, la capital de las provincias vascas en la que ETA y sus organizaciones políticas y sociales tenían una mayor fuerza.
Goyo fue uno de esos jóvenes que durante la transición política decidimos afiliarnos a Alianza Popular y lo hicimos, en el País Vasco o en Navarra, en unos tiempos en los que para AP de Madrid éstas eran unas plazas perdidas. Unos tiempos en los que imperaba el terror, teníamos el viento en contra y era complicado dar la cara por esas siglas. Y Goyo fue uno de esos que no se arredró y en esas duras circunstancias se empeñó en algo que a todas luces parecía una empresa encaminada al fracaso más completo: sacar adelante el partido.
Persona íntegra, entendía la política como un servicio a los demás y como una manera de trabajar para mejorar la sociedad. Austero, sencillo, campechano, con una honradez a toda prueba y sin pelos en la lengua, su única arma era la palabra y con ella defendió algo tan esencial como el poder vivir en paz. En contraste con tantos políticos de hoy en día, que tan preocupados están por las fotos y por salir en las redes sociales, Goyo estaba lejos del estereotipo del político al uso y no le importaba su imagen. Él, con su acción política y con su vida, transmitía trabajo y honradez. Era leal con sus amigos, con sus votantes y con todos los ciudadanos, y en todo momento anteponía los intereses de los demás a los suyos propios porque lo que le preocupaba era solucionar los problemas concretos de la gente concreta, a la que trataba por igual, fueran o no votantes o simpatizantes de su partido. Y de esa manera, desde su puesto de concejal, del que tomó posesión en 1983, al tiempo que yo lo hacía en Pamplona, con arrojo y valentía, y con esa actitud permanente de servicio, se supo ganar el aprecio de los donostiarras y llegó a convertirse en el político más popular y querido de su ciudad.
Una bala asesina le impidió alcanzar su gran sueño, la alcaldía, pero su legado fue que cuatro meses después de su muerte el Partido Popular ganó las elecciones en esa provincia. En San Sebastián pasó de los cinco concejales que tenía hasta entonces a siete, y en Guipúzcoa dobló sus votos, de 20.562 en 1991 subió a 42.600, con lo que sus diez concejales se convirtieron en 34, de los que tres, José Luis Caso, José Ignacio Iruretagoyena y Manuel Zamarreño, en los años siguientes pagarían con su vida tal «osadía» y, una cuarta, Elena Azpiroz, se salvó milagrosamente del zarpazo terrorista.
Tres días antes de su asesinato, en la víspera del patrono de su ciudad y durante la que iba a ser su última tamborrada, Goyo le dijo a José María Aznar: «dentro de un año tú serás presidente del Gobierno y yo, alcalde de San Sebastián». ETA estuvo a punto de frustrar ambos objetivos. Afortunadamente Aznar salió ileso de un coche bomba exactamente tres meses después, el 19 de abril, pero a él se lo impidió.
Han pasado ya veinte años y parece que fue ayer. Desde entonces su fotografía ocupa un lugar preferente en mi despacho porque, en estos tiempos de tanta mediocridad y ausencia de valores, está en el corazón de los que le tratamos y quisimos y seguirá por mucho tiempo que pase porque, para los que con él empezamos en política y todavía seguimos en la brecha, Goyo será siempre nuestro modelo a seguir.