Se ha presentado una auténtica negociación entre un gobierno democrático y una banda criminal como un inocente diálogo entre bienintencionados; incluso como un generoso acto que buscara evitar más víctimas. Con un lenguaje cargado de componentes emocionales, se ha querido estructurar una realidad precisa, tácticas similares a las de organizaciones terroristas diversas.
Términos como paz, diálogo y negociación se han convertido en palabras talismán del lenguaje utilizado por políticos y medios de comunicación. La profusión con la que vienen apareciendo en el discurso político y social es tal que a menudo estos conceptos han acabado por adoptar una intencionalidad muy determinada contraria a sus verdaderos significados. El lenguaje ha construido realidades virtuales en las que los hechos objetivos han sido ignorados o subestimados, distorsionándose así la evidencia en torno a la organización terrorista ETA. El denominado proceso de paz se ha sustentado en la necesidad de que la sociedad mostrase su conformidad con las decisiones gubernamentales a pesar de la evidente disonancia que emergía entre la realidad y la interpretación de la misma que las autoridades han venido realizando. Con la intención de maquillar esos hechos objetivos para que éstos no expusiesen la inconsistencia que se apreciaba al comparar los esperanzados deseos de los partidarios del proceso con las actividades de ETA y Batasuna durante los últimos meses, resultaba fundamental articular una propaganda como la desplegada desde la declaración del alto el fuego, labor acometida a través de los pronunciamientos de autoridades y de numerosos formadores de opinión.
Componentes emocionales.
El lenguaje se ha erigido pues en una herramienta con la que persuadir a la ciudadanía de la necesidad de apoyar una negociación con una organización terrorista que seguía activa y que en ningún momento ha mostrado una voluntad clara e inequívoca para poner fin a la violencia. En ese contexto, un lenguaje engañoso y repleto de eufemismos ha presentado una auténtica negociación entre representantes de un gobierno democrático y una banda criminal como si fuera un mero e inocente diálogo entre bienintencionados interlocutores, o incluso como un generoso acto de actores embarcados en un largo, duro y difícil proceso de paz justificado como necesario para la consecución de un loable fin: evitar más víctimas mortales. Con un lenguaje cargado de componentes emocionales se ha perseguido la cristalización de estereotipos que estructuraran la realidad de una forma precisa, tácticas éstas similares a las utilizadas por organizaciones terroristas diversas a través de sus frentes propagandísticos.
Tergiversar la realidad.
En relación con tan relevante ámbito Luis Veres (La retórica del terror. Sobre lenguaje, terrorismo y medios de comunicación. Ediciones de la Torre) ha realizado un sugerente estudio acerca de los mecanismos a través de los cuales la retórica de distintos grupos terroristas ha intentado tergiversar la realidad en su afán por atraerse las mentes y los corazones de aquellas audiencias destinatarias de su violencia. El interés de su trabajo se acrecienta en unos momentos como los actuales, pues muchos de esos aparatos de los que se han servido los terroristas en el pasado han sido utilizados también por políticos y medios de comunicación durante el referido proceso de paz. Véase por ejemplo cómo mediante la abundante utilización de términos positivos como paz y diálogo se ha buscado la predisposición a favor de ciertas líneas de pensamiento que redefinieran los contextos en los cuales se negociaba con ETA a pesar de incumplirse las condiciones fijadas por el propio presidente del Gobierno en mayo de 2005, cuando aceptó que sólo se dialogaría con quienes desearan abandonar la violencia en el caso de que ETA demostrara su clara voluntad de poner fin al terrorismo, requisitos que evidentemente no se han dado.
Violencia y amenazas.
Así, mientras se ignoraban los constantes actos de violencia de la banda, las palabras se ponían al servicio de la política, insistiéndose en el discurso público en la incompatibilidad entre violencia y diálogo a pesar de que la negociación con ETA continuaba al tiempo que la banda amenazaba y extorsionaba. Por ello, y como expresa Veres, «el lenguaje puede mentir con la finalidad de convencer a los receptores». Así lo constata el certero testimonio de la presidenta de la Fundación Víctimas del Terrorismo, Maite Pagazaurtundua: «Se habla con frivolidad de los días sin muertos. No son días sin muertos, son días sin atentados, porque los asesinatos son irreversibles, y cada día desde el asesinato de un ser humano es para sus seres queridos un día más con muerto, porque el duelo del terrorismo no se cierra mientras no se realiza justicia, la concreta de que los responsables encaren su responsabilidad ante la sociedad, y la general que consiste en derrotarlos, no en apañarse con los que no han respetado la vida y la dignidad de los demás y no se sienten responsables por todo ello» (www.bastaya.org, 4/01/2007).
Triunfo propagandístico.
El trabajo de Veres expone también cómo a la largo de la lucha contra ETA los medios de comunicación han contribuido a menudo al enmascaramiento de la realidad aceptando rutinariamente la terminología terrorista. Durante los últimos meses hemos contemplado cómo la asunción de los planteamientos terroristas ha sido muy común por parte de periodistas y ciudadanos, con la consecuente y peligrosa legitimación de la organización terrorista. Recuérdese por ejemplo el éxito que supuso para ETA que los medios de comunicación presentaran la publicitada declaración de Anoeta en 2004 como la confirmación de la apuesta de Batasuna por las vías pacíficas. Un triunfo propagandístico similar obtuvo cuando otros pronunciamientos públicos de Batasuna fueron bienvenidos por ciertos políticos como «pasos en la buena dirección» a pesar de que en absoluto evidenciaban un inexistente distanciamiento con el terrorismo. Estos engañosos usos del lenguaje han servido para legitimar al entorno etarra, dividiendo a políticos y ciudadanos con duras e infundadas críticas hacia quienes llamaban la atención sobre la inconsistencia entre las palabras de Batasuna y sus actos. A pesar de que las palabras de paz no se correspondían con los actos de terror, la banda conseguía soslayar que sus constantes demostraciones de violencia constituían el único obstáculo en el camino hacia una auténtica paz que para lograrse exige que los ciudadanos privados de libertad vuelvan a ser capaces de ejercer libremente sus derechos. Quienes han denunciado ese secuestro del lenguaje, acometido no sólo por los terroristas y su entorno, han recibido la infame descalificación de «enemigos de la paz».
Estas trampas discursivas se inspiran en una perversa lógica perfeccionada por agentes diversos durante años, entre ellos amplios sectores del nacionalismo vasco y el movimiento Elkarri. Ha sido ésta una asociación que hábilmente se ha presentado como un neutral «mediador» en el «conflicto vasco», a pesar de toda la evidencia en contra que demuestra su identificación con una agenda política coincidente con el nacionalismo institucional. El libro publicado por uno de sus fundadores, Jonan Fernández (Ser humano en los conflictos. Reflexión ética tras una vivencia directa en el conflicto vasco. Alianza), es una ejemplar y triste muestra de cómo la deformación de la realidad en torno al fenómeno terrorista de ETA, encubierta bajo una falsa apariencia de análisis científico, contribuye a construir narrativas legitimadoras de la violencia. Entre las recomendaciones bibliográficas se encuentran hasta 24 referencias de Elkarri, alertando ya al potencial lector de la imprudencia de dedicar tiempo y dinero a la lectura de opiniones nada originales cuya confusa redacción hace pensar en un desmesurado ejercicio de cortar y pegar. El extenso y farragoso volumen contiene todos los elementos utilizados por Elkarri para la propagación de una doctrina comprensiva de la violencia etarra mediante la tergiversación de su etiología al interpretar erróneamente que el terrorismo surge de un conflicto entre dos partes o «extremos», ETA y el Estado español, que deberían negociar para llegar a la paz.
Tan conveniente distorsión elude la inoportuna realidad de ETA caracterizada por el absolutismo ideológico de individuos fanáticos que persiguen la imposición violenta de un ideario nacionalista en contra de la voluntad de la sociedad. Se presenta así una peligrosa equidistancia entre demócratas y terroristas que lógicamente deslegitima a los primeros ante tan desigual comparación. Ésos son los cimientos de un proceso de paz en el que injustamente se obliga a una sociedad amenazada a confiar en una organización terrorista exigiéndole a los ciudadanos intimidados que dialoguen con quienes les coaccionan, exigencia motivada por otros «procesos de resolución de conflictos» convenientemente instrumentalizados.
Lengua del Tercer Reich.
El recurso a eufemismos que borran y olvidan, y que tan bien describe Veres, es omnipresente en el libro de Fernández, evocando a la mismísima Lengua del Tercer Reich de Klemperer. Valga una reveladora muestra. Fernández escribe: «Desde mediados de 1985 hasta la primavera de 1992, fui uno de los responsables de la Coordinadora Lurraldea, una organización social de ecologistas y afectados por el trazado de una autovía entre Navarra y Guipúzcoa que iba a atravesar zonas de alto valor ecológico y paisajístico. Lurraldea se oponía al trazado oficial de esta vía y proponía otras alternativas para la mejora de las comunicaciones viarias entre los dos territorios. Este conflicto derivó en una grave crisis política que terminó militarizándose. ETA intervino violentamente contra el proyecto y las obras fueron blindadas con personal de seguridad».
Echa en falta el lector la alusión al activismo radical de Fernández, concejal de Herri Batasuna por Tolosa entre 1987 y 1991, periodo en el que ETA asesinó a decenas de seres humanos, tres de ellos como consecuencia de la «intervención violenta» de la organización terrorista en el episodio de la autovía. Ese lenguaje que dibuja una neutralidad asimétrica predomina en un libro que a este lector le llevó a rememorar las palabras de Hannah Arendt: «Describir los campos de concentración sine ira no es ser objetivo, sino indultarlos».
Rogelio Alonso, ABC, 20/1/2007