Ignacio Camacho-ABC
- La co-gobernanza, en resumidas cuentas, consiste en que cada autonomía se apañe con el virus como pueda o sepa
Había dinero que repartir -aunque Sánchez informó con mucha prosopopeya que el reparto lo asignará Su Persona, toma «co-gobernanza»- y los presidentes autonómicos se pusieron en fila en el monasterio de Yuso, allá por San Millán de la Cogolla. Todos menos Torra, que con lo que tiene escrito sobre la lengua española debía de sentirse incómodo en la cuna del idioma. Cuando hay una fila, el lendakari Urkullu, que pasa por moderado y de hecho lo es en las formas, se suele poner el primero en la de cobrar y en la de pagar procura situarse a la cola. Ayer trincó dos mil kilos por adelantado para dignarse salir en la foto de la Rioja; para que el viaje le
mereciese la pena, y mira que está cerca, no bastaba con que haya vestigios del euskera remoto en las anotaciones de las históricas Glosas. «Si quieres que te cante, la tela por delante», se decía en el mundillo de los artistas flamencos. Su Personísima ordenó firmar el cheque y a los demás les dijo que no se hagan ilusiones ni acaricien ensueños porque «no arrojará certezas» sobre la distribución del fondo europeo. Es decir, que no habrá otro criterio de adjudicación que el que en cada momento le convenga a él según vaya viendo. Al menos por una vez fue sincero y no se escudó en ningún comité de (falsos) expertos. Urkullu, hombre discreto, guardó silencio. Para un desplazamiento tan breve estaba satisfecho; el próximo sablazo llegará en la negociación de presupuestos. Y no será pequeño.
Tampoco sacaron los virreyes regionales ninguna certidumbre sobre la gestión de pandemia. Mejor dicho, por pasiva pudieron colegir que no existe ningún plan de coordinación y mucho menos de contingencia. Para eso sí rige la co-gobernanza, que en resumidas cuentas se cifra en que cada territorio se apañe como pueda o sepa. El César ha pasado página, está en las grandes estrategias y no piensa ocuparse de bagatelas; quiere que se cuezan en su salsa los que durante el estado de alarma le reclamaban que liberase sus competencias.
Algún espíritu malpensado podría conjeturar que ese repentino desapego, después de tres meses de intensivo ejercicio autoritario, obedece a la intención de buscar culpables para equilibrar el fracaso de marzo. El hecho objetivo es, en todo caso, que ayer salieron de vacaciones millones de ciudadanos de cuya responsabilidad y libre albedrío depende la extensión del contagio ante la absoluta ausencia de medidas de Estado. Cuando regresen en septiembre, si no antes, la enfermedad puede volver a desparramarse hasta alcanzar los temidos picos altos. Las comunidades, entretanto, tendrán que organizar sus recursos sanitarios porque la prioridad gubernamental, con el PIB hundido, es ahora la de salvar económicamente el verano. Y la receta consiste en «convivir con el virus» al que según el presidente habíamos derrotado. Pero tranquilos, que está Simón al cargo. Que no cunda el pánico.