Iñaki Ezkerra-El Correo

Es una dudosa cita de Marco Tulio Cicerón que ha cobrado una misteriosa popularidad en las redes sociales: «Estos son malos tiempos. Los hijos han dejado de obedecer a sus padres y todo el mundo escribe libros». Me he acordado de ese lamento que, de ser cierto, tendría más de dos mil años, gracias a Leire Díez y a esas declaraciones suyas en las que amenaza con publicar un libro sobre el apasionante tema de los hidrocarburos. No digo yo que ése no sea un temazo literario y que, cuando lo publique, no habrá piñas para comprarlo. No digo que no será un ‘bestseller’ y que se lo quitarán de las manos. Lo único que digo es que un libro, planteado así, como una amenaza y sobre un asunto tan químico, me recuerda a la segunda entrega de la ‘Poética’ de Aristóteles, ese hipotético tratado sobre la risa en torno al que fantaseaba Umberto Eco en ‘El nombre de la rosa’ y que, después de darse durante varios siglos por perdido reaparecía en la abadía benedictina de esa novela como un arma mortífera porque un monje fanático había tenido la ocurrencia de embadurnar sus páginas de arsénico para cepillarse a sus compañeros.

Leire Díez ha dicho estos días que tiene en sus manos dos mil documentos y el Gran Wyoming se preguntaba en su show televisivo si esta mujer quiere realmente publicar un libro de investigación o una saga como ‘Cincuenta sombras de Grey’. Yo creo que el Gran Wyoming anda sobre una acertada pista y que por ahí van los tiros. Yo creo que en estos tiempos se ha extendido mucho la costumbre que lamentaba Cicerón como un signo inconfundible de decadencia y que hay gente que no está muy dotada para ello. Hay gente que ha sentido una irresistible llamada de la literatura, pero no ha sabido entenderla porque dicho reclamo vocacional no era exactamente para escribir libros sino para protagonizarlos. Hay quienes se empeñan en escribir novelas cuando tienen más vocación de personajes novelescos que de escritores propiamente dichos. Una señora que amenaza con escribir un libro de dos mil documentos sobre un tema tan fascinante como el de los hidrocarburos no es una novelista ni tampoco una ensayista. Es directamente un hidrocarburo, o una hidrocarbura, aunque no se haya percatado todavía de ello.