ABC 27/10/16
· El discurso, abreviado, fue más político que de programa; Rajoy eludió agradecer la abstención
El segundo discurso de investidura de Mariano Rajoy fue mucho más breve. Apenas 48 minutos de alocución, frente a los 82 que duró en su primer intento de recabar la confianza de la Cámara Baja, el 30 de agosto. Un resumen de lo que viene defendiendo en once meses de bloqueo político e inseguridad institucional y en el que rebajó los aspectos programáticos para enfatizar que España debe estrenar necesariamente una nueva cultura política en un Parlamento sin mayorías claras.
Pero al contrario que en verano, Rajoy subió al estrado sabiendo que esta vez sí será investido tras la decisión agónica del PSOE de abstenerse. Sin embargo, consciente de la herida abierta en el socialismo, no abundó en la decisión del Comité Federal que le permitirá gobernar y que resumió en un lacónico: «las circunstancias han cambiado». No hizo ninguna alusión directa a su rival histórico, fracturado y sin líder –Pedro Sánchez llegó al Pleno sobre la bocina, vestido informal, con vaqueros y camisa de cuadros–. Sin interlocutor en la bancada roja, al PSOE solo lo citó por su nombre al referirse a la necesidad de reformar el modelo de financiación autonómica. Sí le implicó, por ser el primer grupo de la oposición, en la «corresponsabilidad» de permitir una España gobernable reiterando su oferta de pactos de Estado en materia de educación, pensiones, mercado laboral o reforma de las instituciones.
Hubo otra diferencia radical con respecto a su discurso de agosto. Esta vez sí Rajoy, a quien se le criticó haber pronunciado en agosto un discurso «sin alma», agradeció «de manera muy especial» el apoyo de Ciudadanos a su investidura tras su pacto con 150 medidas para España. De esta forma, el presidente del PP situó a Albert Rivera como su socio preferente de legislatura. «El compromiso sigue vigente». Lo citó expresamente en cuatro ocasiones. «Les reitero mi agradecimiento, sinceramente», dijo, extendiéndolo a Coalición Canarias, Foro Asturias, UPN y el Partido Aragonés.
A todos en general, y a los constitucionalistas en paticular, animó a «dejar de lado la confrontación ideológica» para abordar en esta legislatura, entre todos, las reformas que necesita el país. Su grupo, que había prometido «humildad» ante la difícil tesitura socialista, rompió a aplaudir al candidato en once ocasiones: al subir Rajoy al estrado, al ratificarse que la del PP
era la única alternativa «razonable» de Gobierno, al defender las reformas económicas en la difícil crisis, en la gratitud expresa a los de Rivera, al recordar la recuperación de empleo, en su férrea defensa de la unidad de España pese al desafío catalán… Y al final, cuando Rajoy asumió el «sacrificio» de gobernar renunciando a un tacticismo electoral que quizás fuera más provechoso para el PP, al que se le otorga una mayoría más ancha en caso de haber ido a unas terceras elecciones.