Epistemología de la estabilidad

ABC 27/10/16
IGNACIO CAMACHO

· Rajoy compareció como un empresario de la política en minoría accionarial, buscando socios para una «joint-venture»

EL estilo y las convicciones de un dirigente lo retratan sus significantes lingüísticos. Los que Mariano Rajoy usa con más frecuencia y énfasis acotan el campo semántico de la normalidad: razonable, previsible, sensato, fiable. Esos son los conceptos matrices de su retórica: una epistemología de la estabilidad y de la confianza. En el lado contrario, el de las percepciones negativas, figura un prontuario de lo que considera auténticas calamidades, «mala yerba» (sic) que ayer trató de segar en una sola frase: «Ni sorpresas, ni improvisaciones ni incertidumbres». Todo un conjuro contra sus enemigos de esta legislatura. La oposición son sólo los rivales.

Todo su discurso de segunda investidura constituyó un alegato contra la política adolescente. El presidente no convoca entusiasmos, no dibuja horizontes mitológicos, no traza utopías, no promete cielos. Su agenda es pragmática y está llena de problemas por resolver: empleo, pensiones, educación, independentismo. Su propuesta fue la de un empresario de la política. Un emprendedor, eso sí, en minoría accionarial que busca socios para una joint-enture.

Forzado por la evidencia de que sus números no le garantizan el éxito, el candidato se hartó de solicitar consenso para ampliar el capital político de su empresa y evitar una legislatura breve y baldía. No era otro Rajoy porque permanecía anclado a los rasgos de estilo marianistas, pero sí un Rajoy abierto a otro talante por la fuerza de las circunstancias. Tal vez más entregado a las esperanzas que a las convicciones, no paró de llamar al acuerdo que en el fondo de su ser considera remoto e improbable. De hecho, mientras hablaba, el PSOE no paraba de replicarle en su cuenta oficial de Twitter, madrugando el ejercicio de (¿leal?) oposición que debe ganarse a partir de esta mañana. En su flamante escaño de portavoz, Antonio Hernando rumiaba con rostro serio la pirueta dialéctica que le espera en el debate. Dos filas más atrás, el recién reaparecido Pedro Sánchez –tras twittear su presencia con infantil autoexpectativa: que voy, que ya estoy llegando– era una estatua que con el cargo había perdido el sitio y la corbata.

El programa de investidura propiamente dicho lo ahorró el postulante con buen criterio, remitiéndose a la lista de medidas pactadas con Ciudadanos y expuestas en el fallido debate de agosto. Con la actual correlación de fuerzas tampoco tiene mucho sentido sacar músculo de propuestas. En su lugar hizo una única oferta: diálogo a cambio de estabilidad, a sabiendas de que es probable que no obtenga ni uno ni otra y haya de echar mano de su valor de serie, que es la resistencia. A manera de prólogo de lo que le espera en el mandato, en el cercano paseo del Prado se manifestaba una verde marea estudiantil mientras en unas Cortes blindadas el marianismo se examinaba, con el nuevo temario recién aprendido, de su propia reválida.