JUANJO SÁNCHEZ ARRESEIGOR-El CORREO

  • El líder de Al Qaeda, ejecutado en su escondite por EE UU como Bin Laden, se vio marginado por las escisiones radicales que alumbraron el Estado Islámico

En los acuerdos de Doha, los talibanes dieron garantías a Estados Unidos de que, tras recuperar el poder en Afganistán, no acogerían a grupos terroristas mundiales como Al Qaeda, ni se volverían a meter en ningún tipo de líos más allá de sus fronteras. A la vista está que mintieron porque alojaban en su propia capital, Kabul, al líder de la organización yihadista, Ayman al-Zawahiri, considerado el ‘cerebro’ del 11-S.

Los norteamericanos llevaban casi 25 años buscando a este exmédico egipcio de 71 años y han logrado matarle finalmente en un ataque con drones cuando era ya una sombra del pasado. Lugarteniente de Osama Bin Laden desde la fundación de Al Qaeda, heredó automáticamente el mando de la organización cuando Bin Laden fue abatido en Pakistán por tropas especiales norteamericanas en mayo de 2011. Sin embargo, era muy poco lo que quedaba por heredar.

Tras los espectaculares atentados del 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York, Al Qaeda se convirtió en un referente para todos los grupos yihadistas, pero nunca logró pasar de ahí porque carecía de la base material y humana para convertir su prestigio en una organización internacional sólida; sobre todo, tras la conquista norteamericana de Afganistán, que le arrebató su base y su refugio y convirtió a sus integrantes en simples fugitivos. Lo único que le salvó de la extinción inmediata fue el maquiavelismo paquistaní, que le ofreció asilo para sus dirigentes más destacados mientras fingía ser aliado de Estados Unidos.

La invasión norteamericana de Irak en 2003 permitió que Al Qaeda resurgiese como el paladín de la resistencia islámica. Sin embargo, la influencia de Al-Zawahiri sobre la resistencia iraquí fue siempre más propaganda que realidad. El sectarismo sunita hambalí de Al Qaeda le mantenía al margen de los árabes chiítas, que formaban el 60% de la población iraquí. Tampoco se podía contar con los kurdos -sunitas laicos no árabes- ni con las otras minorías. Gran parte de la resistencia de los árabes sunitas, que habían monopolizado el poder bajo Sadam Hussein, era mucho más laica que religiosa. Los yihadistas eran, por lo tanto, una minoría sectaria dentro de una minoría.

En honor a la verdad, hay que señalar que Al-Zawahiri siempre intentó contener la violencia sectaria contra los chiítas y la criticó duramente. Aunque los chiítas no le merecían ninguna simpatía por considerarlos herejes y cismáticos, falsos musulmanes y apóstatas, tampoco parecía sentir contra ellos un odio especial. Comprendía que la violencia sectaria era una locura y que la lucha armada debía centrarse en los norteamericanos. Sin embargo, Al Qaeda apenas podía aportar dinero, hombres o armas a la resistencia sunita iraquí. Y los voluntarios que afluían de otros países tendían a ser precisamente los más bestias y sanguinarios, como el jordano Abu Musab al-Zarqaui, que no debe ser confundido con Al-Zawahiri aunque los nombres sean levemente similares.

Al final, los yihadistas fueron derrotados en Irak porque daban más miedo que los norteamericanos, y eso es siempre garantía de derrota para un grupo insurgente. Los norteamericanos sobornaron y agruparon a diversos caciques locales sunitas en algo llamado ‘el despertar suní’ y con su ayuda desmantelaron las redes yihadistas. Los sunitas optaron por acomodarse al nuevo sistema parlamentario y, cuando Bin Laden murió, el mundo árabe estaba atravesando las revoluciones en cadena llamadas ‘Primavera Árabe’; movimientos populares masivos donde el yihadismo apenas tenía responsabilidad, influencia o participación.

En Túnez y en Egipto ganaron las elecciones partidos integristas, pero Al-Zawahiri no pudo sacar provecho porque tanto la Hermandad Musulmana egipcia o el Ennahda tunecino mantenían sus propias agendas políticas, muy divergentes de la intransigencia violenta de Al Qaeda. Mientras tanto, la situación en Irak se iba degradando porque el Gobierno electo de la mayoría chiíta oprimía con dureza a sus antiguos amos sunitas, lo que llevó a un auge extraordinario del yihadismo. Sin embargo, Al-Zawahiri se vio marginado e incluso duramente atacado por escisiones extremadamente radicales que dieron origen al Estado Islámico, que se mostraba abiertamente hostil a su organización-madre.

Muerto ya el líder de Al Qaeda, queda por ver cuál es el futuro de su organización y del yihadismo en general. Los talibanes, pese a hospedar a Al-Zawahiri, ya han dejado claro que sus objetivos son meramente localistas. El Estado Islámico fue destruido. Otros movimientos fanáticos parecen estar en horas bajas. Sin embargo, aunque Al Qaeda probablemente terminará de extinguirse, quedan fanáticos y desesperados suficientes para levantar otros movimientos todavía más extremos.