Antonio Casado-El Confidencial
- Lo que no se aprendió en la escuela, o en la familia, no lo van a enseñar ahora los Ministerios de Igualdad, Justicia e Interior
Los clarinazos contra la violencia de género desatada en el último tramo de 2022 (48 asesinatos, 13 de ellos en diciembre, 6 en los últimos cinco días) denuncian la descoordinación institucional en los planes diseñados para prevenir los feminicidios y proteger a las víctimas. Es la reacción enlatada ante la crudeza de las cifras y los relatos televisados a la hora del almuerzo o la cena familiar. Toca ponerse estupendos diciendo eso. Pero es como no decir nada. Y poco o nada vamos a avanzar tampoco con los ripios anuales del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres (25 de noviembre).
Es muy difícil, por no decir imposible, legislar sobre el mal de fondo. Si acaso, en el plano preventivo, solo en los casos de maltratadores con antecedentes por condenas o denuncias previas. El de «si me dejas, te mato», como en el reciente caso de Elena, la mujer asesinada en Escalona (Toledo), es relativamente fácil de desactivar si la mujer usa los mecanismos preventivos puestos legalmente a su disposición en una sociedad cada vez más mentalizada en la detección, prevención y arropamiento de las víctimas frente a los maltratadores.
Los precursores de la ira del macho (adrenalina, ritmo cardiaco, gesto contraído) no caben en una exposición de motivos del BOE
¿Y qué pasa con quienes descubrieron de pronto al monstruo que llevaban dentro y fueron los primeros en coordinarse con policías y jueces en un libre y espontáneo acto de autoinculpación, sin esperar al consabido intercambio de reproches entre partidos políticos incluso dentro del propio Gobierno?
Lo que no se aprendió en la escuela, o en la familia, no lo va a enseñar el ministerio de Irene Montero, el de Pilar Llop o el de Grande-Marlaska, enzarzados por ver quien puso más en el alarmante repunte de casos. Recuerdo a mi madre cantando un cuplé de Sara Montiel (La Violetera, 1958), en el que la mujer del cuento, Es mi hombre, dice textualmente: «Si me pega me da igual, es natural, porque así lo quiero yo». Eso está en la memoria de los hombres de mi generación, lo mismo que la expresión «violencia doméstica» como piadosa tapadera verbal de los feminicidios anteriores a la Ley de Violencia de Género (finales de 2004).
La voluntad homicida del maltratador, calculada o sobrevenida, es humana y legalmente imprevisible. Los precursores de la furia del macho en el marco del inviolable espacio familiar, como el nivel disparado de la adrenalina o el ritmo cardiaco, no caben en la exposición de motivos de una norma publicada en el Boletín Oficial del Estado.
El componente decisivo, una vez más, es la razón de la fuerza. Y la naturaleza ha sido dispar y no equiparable en el reparto
El inesperado ataque de ira del cafre está perfectamente descrito por los facultativos, pero a los legisladores les motiva entre poco y nada el protocolo psiquiátrico que recomienda al hombre irascible respirar profundamente para calmar el enojo, la contrariedad, el resentimiento, o la frustración.
En este punto vale la pena acordarse de quienes, con impostado ánimo igualitario, rehúyen la expresión «violencia machista» y hablan de «violencia intrafamiliar«, como si el recuento reflejase la existencia de víctimas masculinas. Mentira podrida.
También en el caso de la mujer aparecen los mismos signos fisiológicos que anuncian el choque cuando la discusión se desborda y desaparece la capacidad de razonar. La tensión muscular o la expresión facial contraída anticipan la explosión. Pero el componente decisivo, una vez más, es la razón de la fuerza. Y la naturaleza ha sido dispar y no equiparable en el reparto. Sería aberrante que, bajo el prisma anterior, comparase los decimales de hombres víctimas de la cólera incontrolada de sus parejas femeninas con las 1.181 mujeres asesinadas en España desde 2003, que es cuando empezamos a registrar los datos.