BERTA GONZÁLEZ DE VEGA-ABC
- Tanta campaña para deconstruir la masculinidad tóxica y resulta que algunas mujeres de izquierdas caen rendidas ante el malote con abdominales marcados
El colega estaba bueno, me las imagino diciendo. Guapo, musculado, tatuado y comprometido por la causa, qué más podemos pedir. Un tipo de hombre que parecía no existir, ha dicho una de ellas a un medio catalán. En su entorno, imagino. Ya saben, el poli infiltrado, héroe, que se acostó con al menos cinco activistas catalanas para sonsacarles información. Perdón, mantuvo «relaciones sexoafectivas», expresión cursi y pseudoacadémica de izquierdas para llamar a los rollos, polvos, de toda la vida. En estos días que estamos venga a poner «el consentimiento en el centro» –la excusa barata de Montero, Pam y otras chicas de Igualdad en defensa de la ley fallida del ‘solo sí es sí’– van estas indepes y denuncian que el suyo, su conformidad a acostarse con ese tío cañón, estaba viciado. ¿Estaban borrachas, drogadas, bajo los efectos de la burundanga? No, que el poli les engañó y no les dijo que su miembro era miembro de las Fuerzas de Seguridad del Estado Opresor. A ver si van a querer reformar la ley pero sólo para exigir que se enseñe el curriculum en Linkedin con títulos oficiales antes de iniciar la maniobra sexoafectiva.
Tanta campaña para deconstruir la masculinidad tóxica y resulta que algunas mujeres de izquierdas caen rendidas ante el malote con abdominales marcados. El poli sólo tuvo que cambiar de uniforme y embutirse el de indepe progre tirando a perroflautismo: camiseta, pendientes, barba descuidada, rapado y bermudas negras con mucho bolsillo. El espía no hizo más que usar una de las técnicas más antiguas de la historia de la humanidad para sonsacar información. Si son ellas las perpetradoras, las cientos de mataharis, es una risa porque los hombres qué tontos son, cómo caen. La igualdad era esto. Las mujeres también se ablandan con un buenorro que les dora la píldora. Pero las risas están prohibidas ante un supuesto «atentado contra la autonomía sexual». Tela. «Ahora hay mujeres que deben sentirse violadas», leí ayer en un tuit de indignación con el agente camuflado. Somos tontas y, ante un ser así, perdemos la cordura, la sensatez y el control. Qué hartura de este feminismo que nos toma por bobas. Qué poco sentido del humor. Delitos de abusos sexuales continuados, denuncian, sin darse cuenta de lo frívolas que suenan.
Vivimos en una época en la que se aplaude el victimismo y la debilidad. Qué maravilla y ternura ver llorar a algún hombre. Qué gran ejemplo cuando un deportista de élite se rompe anímicamente y no puede más. Qué bien colocar un micromachismo nuevo en el catálogo de agresiones y descubrir una nueva tipología de víctima, afectada por una ofensa innovadora. El caso del poli infiltrado es la prueba. De aquellos polvos, estos lodos. En otra época, estas chicas hubieran sido despedidas de sus organizaciones por tener la lengua larga. Su caso no habría trascendido porque menuda vergüenza. En febrero de 2023 se envuelven en el escudo de víctimas y denuncian abusos sexuales. Ojalá una novela de Carmen Mola.