El mal en directo

ABC 10/01/14
IGNACIO CAMACHO

· Vincennes no era un plató de «Homeland». Es un trozo del mundo que nos toca vivir y más vale que nos vayamos acostumbrando

EL cine y la televisión nos han malacostumbrado. Lo de ayer en París no fue un tiroteo «espectacular» sino dramático. A principios de los 90 el sociólogo Neil Postman advirtió contra lo que después Vargas Llosa llamaría la civilización del espectáculo: un mundo en el que hasta la tragedia se trivializa como entretenimiento televisado. Pero Vincennes no era un plató de «Homeland», como tampoco lo fue Leganés en abril de 2004. Son trozos del mundo que nos toca vivir y más vale que nos vayamos habituando.

El ser contemporáneo está educado en una iconografía de ficción, en una mitología de las imágenes. Sin darnos cuenta hablamos, fumamos, caminamos o besamos como hemos visto hacer en las películas o tratando de parecernos a lo que hemos aprendido en ellas. Desde ese mismo prisma impostado enfocamos los acontecimientos de la realidad como si fuese un argumento de teleserie, sin reparar en que a menudo sucede al revés y es la ficción la que trata de reproducir, estilizándola, la vida. No ha habido mal cercano más profundo ni absoluto que el Holocausto, y fue de verdad, como de verdad son las decapitaciones de Irak o fueron la caída de las Torres Gemelas y el genocidio yugoslavo. Ese vídeo terrible del policía francés rematado en el suelo también es real, y nos conmueve porque lo hemos visto; no vimos, sin embargo, las decenas de asesinatos idénticos que ETA cometió en España, disparando a la cabeza de víctimas indefensas, a veces maniatadas como Miguel Ángel Blanco. No vimos los cuerpos destrozados en los trenes del 11-M ni oímos –la mayoría, porque sí hay testigos– cómo sonaban los móviles de la desesperación en los bolsillos de los muertos alineados en Ifema bajo mantas de plástico.

Y sin embargo, eso ocurrió, ahí mismo, delante de nosotros, y no hay guión que pueda reproducirlo con el horror que entrañaba su verismo trágico. Tampoco lo del miércoles en la redacción de «Charlie Hebdo», tan parecido a la escena del crimen del despacho de Atocha hace 37 años. No lo tenemos «espectacularizado» como la persecución de estos días en los suburbios parisinos, el caos de miedo y desorden desplegados como un apocalipsis en la capital simbólica de Europa. No era un videojuego ni un episodio serial; se trataba del latido brutal y seco de una realidad macabra. El mal en directo.

Vamos a tener que reaprender a convivir con esta realidad ensartada en los pliegues de nuestra existencia cotidiana. Esperan tiempos duros cuya aspereza desafía el confort apacible y virtual de la burbuja en que vivimos en los países desarrollados. Acomodados en el espacio de una seguridad que se ha quebrado de repente tal vez nos toque enfrentarnos de golpe a esa pirueta del destino en la que la violencia y la sangre salpican en nuestro propio regazo desde la pantalla.