El mal

ESPERANZA AGUIRRE, ABC 27/05/2013

Esperanza Aguirre
Esperanza Aguirre

«El germen de los totalitarismos políticos, que no es otro que la sumisión de las voluntades individuales a un proyecto estatal ideado por unos pocos, no ha desaparecido con la derrota del nazismo y del comunismo»

· Moral y política «Es evidente que para determinar ese “mal” un político debe olvidarse de cualquier perspectiva estrictamente moral porque la moral es asunto que concierne al interior de cada individuo»

La noticia de que dos jóvenes británicos han degollado en plena calle de Londres a un soldado inglés ha vuelto a traer a mi memoria el fragmento de la carta de san Pablo a los efesios que escogió Margaret Thatcher para que fuera leído en su funeral. Son unos versículos impresionantes, como impresionante fue la lectura que de ellos hizo su nieta Amanda Thatcher.

Sin entrar en profundas cuestiones de interpretación bíblica, parece admisible que esta epístola fuera escrita desde la cárcel, y por eso san Pablo se muestra preocupado por cómo va a enfrentarse a sus carceleros y va a dar testimonio de su fe frente a los representantes del mal. Así se entienden mejor las impresionantes frases que san Pablo dirige a los efesios: «Poneos las armas que Dios da para resistir a las estratagemas del diablo; porque la lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino (…) contra las fuerzas espirituales del mal», «the spiritual forces of evil», en inglés. La palabra «evil» no es de traducción evidente. Podríamos traducirla por «el mal», pero siempre que ese «mal» lo consideremos como el mal absoluto, como el mal diabólico, como el mal que niega todo bien, igual que el demonio es la antítesis de la bondad absoluta de Dios.

Esas frases de san Pablo me han recordado dos textos clásicos del acervo cultural británico. Uno, del irlandés del siglo XVIII Edmund Burke: «The only thing necessary for the triumph of evil is for good men to do nothing». Que podríamos traducir por «lo único necesario para el triunfo del mal es que los buenos no hagan nada».

Y el otro son unos versos del también irlandés W. B. Yeats, de su poema de 1921 «The Second Coming» («El segundo advenimiento»): «The best lack all conviction, while the worst/ Are full of passionate intensity». Que podrían ser, en español, «los mejores están carentes de toda convicción, mientras que los peores/ están llenos de apasionada intensidad».

Y con el recuerdo de estos fragmentos bien presente me parece interesante e importante intentar determinar qué puede ser, para un político, el mal, ese «evil» del que hablan san Pablo y Burke, y al que se refiere Yeats cuando habla de «los peores», «the worst». Es evidente que para determinar ese «mal» un político debe olvidarse de cualquier perspectiva estrictamente moral porque la moral es asunto que concierne al interior de cada individuo.

Entonces, ¿cuál es el «mal» político por antonomasia? Después de la terrible historia del siglo XX, que políticamente podríamos definir como el siglo de los totalitarismos, creo que, sin temor a equivocarnos, podemos decir que son éstos, los totalitarismos, ese «mal» contra el que hay que luchar. El nazismo y el comunismo, nacidos en Europa como aberraciones que crecieron entre ciudadanos ilustrados y en países muy cultos, son los mejores ejemplos de ese «mal». Pero el germen de los totalitarismos políticos, que no es otro que la sumisión de las voluntades individuales a un proyecto estatal ideado por unos pocos, no ha desaparecido con la derrota del nazismo y del comunismo. Y así, podemos encontrarlo más o menos disfrazado en los nacionalismos excluyentes, en el fundamentalismo islámico, en los populismos que ahora surgen en Hispanoamérica y, sobre todo, en el terrorismo que ataca a las sociedades libres.

ESPERANZA AGUIRRE, ABC 27/05/2013