El Manuel Fraga Iribarne que se venció a sí mismo

José Antonio Zarzalejos, EL CONFIDENCIAL, 17/1/12

Este texto no es una necrológica al uso. No voy a glosar la vida pública deManuel Fraga que ayer falleció a los 89 años, dejando una trayectoria compacta, exuberante, pasional y polémica. Sólo quiero aportar rasgos del Manuel Fraga que yo conocí en mi casa, en su condición de amigo de juventud, madurez y vejez de mi padre. Eran coetáneos y compañeros de carrera. Mi progenitor le precedió en el adiós a la vida el 24 de septiembre de 2008. Su muerte le conmovió tanto como antes la de mi madre en 2003. Nos lo hizo saber a mis hermanos y a mí con auténtico desconsuelo.

Mi recuerdo de Manuel Fraga se remonta a los años sesenta y setenta cuando pidió a mi padre -fiscal en la Audiencia Provincial de Bilbao- que se hiciese cargo de la delegación de Información y Turismo en Vizcaya. Fragaquería que la Ley de Prensa de 1968 significase un avance del régimen franquista hacia incipientes prácticas de libertad. El entonces ministro de Información y Turismo respaldó a su amigo y compañero -y tengo evidencias documentales de ello- cuando el franquismo en su versión más hermética quiso cortocircuitar en el País Vasco los primeros pasos de aquel “aperturismo”. Si Gabriel Aresti viviese podría corroborarlo y si lo hicieran también los directores de la época de La Gaceta del Norte, de El Correo Español, El Pueblo Vasco o el diario Hierro (vive en León Enrique Cimas, o así lo creo) podrían evocar episodios que demostrarían que aquella ley fue una herramienta pionera y valiosísima para ganar terrenos de libertadque Fraga propició tanto cuanto pudo (aunque no pudo siempre)

Le recuerdo, luego, en sus idas y venidas de Londres, ya como embajador de España en el Reino Unido y sus ingenierías políticas para insertar en el régimen los aires de cambio. Y le recuerdo como ministro dela Gobernación en el primer Gobierno de la monarquía, bajo la presidencia de Arias Navarro, cuando, de nuevo, le pidió a mi padre que le acompañase en su gestión como Director General Adjunto de Seguridad, siendo el primer civil que ocupaba esa responsabilidad porque Fraga quería dar vueltas de tuerca a la “apertura”.  Y le recuerdo vivamente cuando Suárez -siendo Martín Villa ministro del Interior-  nombró  a mi padre Gobernador Civil de Vizcaya para que saliese adelante en la provincia el referéndum para la reforma política. Sus viajes a Bilbao terminaban indefectiblemente en mi casa, o en la vivienda oficial del Gobierno Civil, en torno a una mesa, con invitados variopintos a los que mi padre convocaba ex profeso para que conociesen de primera mano las ideas y los proyectos de un hombre al que “le cabía el Estado en la cabeza” y que entonces apostaba por lo que luego ha ido ocurriendo en la vida política española.

No resulta en modo alguno hiperbólico adjudicarle el título de fundador de la derecha democrática, por más que tuviera que navegar entre el franquismo y la democracia en aquella Alianza Popular que se salvó del naufragio porque Manuel Fraga no abandono el timón y supo tratar al fracaso como a un impostor

Manuel Fraga -para todos en general Don Manuel, y para muy pocos Manolo, entre ellos mis padres, aunque ni yo ni mis hermanos le tuteamos jamás, y a cambio, ya crecidos, él nos correspondió con el usted de manera permanente- fue un hombre amigo de sus amigos, entrañable en el ámbito privado, sentimental hasta llegar a las lágrimas con una pasmosa facilidad y que se secaba con lo que tuviese a mano, una servilleta o un pañuelo, excesivo en sus emociones con aquellos que quería,leal a su palabra, fogoso y un auténtico pozo de conocimientos jurídicos y de ciencia política. Lector voraz -conocía la técnica de la lectura en diagonal-, era un fidelísimo lector de periódicos. Guardo los recortes subrayados que me enviaba -bien cuando dirigía El Correo en Bilbao, bien cuando dirigía ABC en Madrid- apuntando errores (¡hasta erratas!), comentando la información o el artículo en los márgenes, o adjuntado notas manuscritas trazadas con una letra fulminante, ininteligible y -a veces- impertinente. Y guardo su tarjeta precipitada cuando nació mi primer hijo en 1981 a la que acompañaba un inmenso y espectacular centro de flores para mi mujer. Pasaba por Bilbao, se enteró del alumbramiento y tuvo uno de sus gestos de atención y amistad que eran frecuentes en él.

Durante mi infancia avanzada y mi juventud mi padre me permitía asistir -callado y en un rincón- a los encuentros amicales con Fraga. Los recuerdo con extraordinaria cercanía. Con la perspectiva del tiempo he comprobado que el que fuera quince años presidente de la Xunta de Galicia cometió muchos errores, pero que le abundaron los aciertos. Porque era un hombre generoso y gracias a su desprendimiento la derecha española -que él entregó después del ‘Pacto de Perbes’ a José María Aznar– es hoy lo que es. No resulta en modo alguno hiperbólico adjudicarle el título de fundador de la derecha democrática, por más que tuviera que navegar entre el franquismo y la democracia en aquella Alianza Popular que se salvó del naufragio -lo que no consiguió UCD- porque Manuel Fraga no abandono el timón y supo tratar al fracaso como a un impostor.

Galicia fue su pasión. Desde allí mantuvo el culto a la amistad: su influencia fue decisiva para que el Grupo Popular en el Senado designase a mi padre vocal del Consejo General del Poder Judicial. Naturalmente, mi progenitor fue el delegado del Consejo para dos comunidades: Galicia y Castilla-La Mancha. En todos sus viajes a sus tierras galaicas, se veía con un Fraga que mi padrerelataba lleno de pasión por su tierra, embebido en la solución de sus problemas, entregado a la presidencia de la Xunta con auténtica febril dedicación. Los capones de Villalba no faltaban en nuestra mesa navideña: los enviaba a los amigos puntualmente y con auténtico alborozo.

Los que vivimos con veintitantos años la transición democrática desde una procedencia conservadora y afanosamente democrática -más aún en el País Vasco, al que Fraga dedicó muchos desvelos porque su Iribarne materno le vinculaba de manera especial- debemos al inmenso político gallego el agradecimiento que merecen aquellos que abren esperanza cuanto todo parece desolación. Que otros completen la memoria de Fraga con los recuerdos menos agradables a su memoria. Todo gran hombre tiene en su vida sombras y lucesMi experiencia y la de muchos es que Fraga fue una gran hombre que, por razones generacionales, tuvo un pie de su vida en el franquismo y otro en la democracia, trabajando desde aquel por ésta cuando fue posible. Fraga no era hombre rencoroso, ni sectario. Si temperamental e impulsivo porque todo en él resultaba abundante. Su entendimiento con  Santiago Carrillo -al que distinguió con un tratamiento exquisito no tanto por él como por lo que representaba- es el episodio de su vida más reconciliador y entregado de cuantos puedan recordarse. Veremos si aquellos, tantos, a los que Fraga hizo bien, le reconocen el mérito a su bonhomía.

El Fraga que yo conocí -y le conocí de cerca a través dela larga trayectoria de amistad con mi padre, su amigo- fue un hombre bueno, o que quiso serlo siempre peleando contra sí mismo cuantas veces resultó necesario. Logró vencerse y al final venció. Descanse en paz el hombre que se caracterizó por una vida llena, prieta. Por una vida sin descanso y que él consumió a borbotones. Sin malgastar un minuto.

José Antonio Zarzalejos, EL CONFIDENCIAL, 17/1/12