Sánchez nos acaba de anunciar a través de una carta publicada en la red social X, antigua Twitter, que no sabe si se va o se queda, si quiere seguir siendo presidente del Gobierno de España o dimite, si se somete a una cuestión de confianza o permanece en el poder, si delega en otra persona que se someta al correspondiente debate de investidura para conseguir el apoyo del Congreso de los Diputados o si convoca elecciones en el plazo correspondiente, como pronto, el 29 de mayo, ya que legalmente no puede hacerlo antes. Sánchez nos dice que no sabe lo que quiere salvo anunciar que necesita cinco días para reflexionar sobre la cuestión y comunicarlo al conjunto de los españoles, de los cuales todavía es presidente, porque no sabe si está preparado para seguir siéndolo, si irse definitivamente o si quedarse. Puede que sí y puede que no. Hoy no lo sabe pero el lunes lo sabrá y nos informará de ello.
En la carta, Pedro Sánchez denuncia una supuesta estrategia de acoso y derribo de la derecha política y mediática contra sí mismo y contra su esposa, Begoña Gómez, de la que está enamorado, para descabalgarlo de la Moncloa ya mismo en lugar de esperar a que caiga como fruta madura, después de tanta desvergüenza. Sánchez dice estar dolido porque un juez ha abierto diligencias previas para investigar las actividades de su esposa por presunto tráfico de influencias y corrupción en los negocios. Él dice confiar en la Justicia pero igual dimite antes de que se archive el caso o se emita sentencia. Y, mientras tanto, España queda en suspenso, a la espera de acontecimientos. A la espera de que nos cuente qué quiere hacer con su vida. A la espera de que nos lo comunique el lunes al conjunto de los españoles, auténticas víctimas del peor presidente de la democracia. Es inaudito, ciertamente. Nunca en la historia reciente de España había ocurrido cosa semejante. Quien decide dimitir, dimite. Pero es Pedro Sánchez, el Maquiavelo del siglo XXI.
Nunca en la historia reciente de España había ocurrido cosa semejante. Quien decide dimitir, dimite. Pero es Pedro Sánchez, el Maquiavelo del siglo XXI
Es, obviamente, una nueva artimaña de Sánchez para resurgir de las cenizas, dar la vuelta a las encuestas, coger con el pie cambiado al adversario político, apretar las filas socialistas, retomar la iniciativa y volver con más fuerza, incluso sin haberse ido antes. No da explicaciones públicas ni responde cuando se le pregunta sobre los presuntos casos de corrupción que políticamente le afectan directa o indirectamente, pero nos escribe una carta para decirnos que no sabe qué hará con su vida. Es, desde luego, una exhibición de victimismo propia de sí mismo. Y es que todo es posible en el universo Sánchez.
Es el penúltimo golpe de efecto para revertir la situación de desgaste que sufre, para desviar la atención de los problemas que le afectan, para renovarse o morir en el intento. Es una maniobra para perpetuarse en el poder. Otra más de su factoría. Y es, obviamente, una decisión deliberada que busca provocar efectos políticos beneficiosos para sí mismo y para el PSOE. Los casos de presunta corrupción lo acorralan sin que dé explicaciones públicas, se acaba de reabrir el caso Pegasus por el espionaje a los móviles de Sánchez y tres ministros, son inminentes las elecciones catalanas y en apenas mes y medio se celebrarán las elecciones europeas, que podrían convertirse en un plebiscito definitivo sobre Pedro Sánchez. Es en este contexto en el que el presidente que no sabe si quiere seguir siendo presidente despliega su nueva estrategia que busca cambiar el tablero político en su beneficio. Hasta ahora, ciertamente, ha demostrado ser un mago para tomar la iniciativa y sorprender al adversario.
No es un movimiento político en beneficio de España sino, como acostumbra, una estrategia política pensada para buscar su propio beneficio a costa del conjunto de los ciudadanos españoles. Es una nueva maniobra para perpetuarse en el poder. Otra cosa es que esta vez consiga su objetivo.