Ignacio Camacho-ABC

  • Sánchez ha avalado el acoso a los medios al permitir que Iglesias lo legitime ejerciendo de vicepresidente del Gobierno

 

Ya es oficial: el acoso a los periodistas tiene el patrocinio del Gobierno. La oficialidad se la dio el vicepresidente segundo al dar su visto bueno al hostigamiento, insultos incluidos, desde la sala de comparecencias del Consejo. Tampoco es nada que no supiésemos pero el presidente ya no puede hacerse el fariseo: es su número tres, en la práctica el dos, quien ha dado carta de naturaleza a la caza de brujas contra la prensa. En la sede de la Presidencia. Sin que nadie lo contradijese o lo matizase siquiera. Y como el departamento de comunicación de Moncloa tiene la suficiente experiencia para no dejar esta clase de puntadas sueltas, el asunto sólo se puede interpretar como un aval del

Ejecutivo a la estrategia retadora de Iglesias.

Algunos analistas subrayan que el «caso Dina» ha debilitado el peso en el Gabinete del líder de Podemos. Que ahora depende de que Sánchez, a través de la Fiscalía, lo libre de comparecer ante el Supremo y que al meterse solo en un atolladero procesal ha perdido crédito de opinión pública y gran parte de su ascendiente interno. Eso es cierto, pero también lo es que sigue teniendo la llave del mandato y que todo el proyecto sanchista quedaría en precario sin el respaldo de sus 35 diputados. Sabe que es necesario para mantener la estabilidad del barco. Ambos dirigentes se necesitan y se detestan, aunque últimamente se hayan aproximado porque comparten un concepto similar del poder como ejercicio autoritario. La suya es una simbiosis de carácter meramente pragmático, basada en que ninguno de los dos puede ir muy lejos por separado y en el común interés de que la legislatura dure al menos tres años.

El presidente, cuyo pesimismo preelectoral sobre los problemas de la coalición se ha cumplido desde el principio, ha decidido utilizar a su socio como mastín político. Lo azuza contra el periodismo, contra los jueces y contra cualquier sector civil autónomo o crítico para que lo mantenga a raya mordiéndole los tobillos. Con él en el jardín monclovita se siente protegido y puede adoptar ese perfil de líder apolíneo que se siente por encima de avatares mezquinos. Iglesias, por su parte, se crece en el ruido y trata de escapar de los aprietos creando más conflictos. Algún día morderá también a su aliado para ser fiel a sí mismo, pero mientras tanto los une la necesidad de inventar enemigos. La clave esencial de los populismos.

Por eso Sánchez lo ampara en su hostilidad contra unos medios por los que él tampoco siente más que desconfianza y/o desprecio. Si lo interpelan se desmarca con un gesto de distancia o desapego pero le conviene que los matones de la ultraizquierda insistan en sus escraches y linchamientos. Ayer quedó claro que es su Gobierno el que legitima -como el de Trump o el de Bolsonaro, qué cosas- la cacería contra la independencia informativa. Bueno es saberlo: las cartas, boca arriba.