Luis Ventoso-ABC

  • Fabulaba con La Moncloa, pero el destino la dejó en la cuneta

De las entregas serias de Woody Allen, tal vez la mejor sea «Match Point», la historia de un tenista menor londinense, un trepa que degenera en asesino y acaba eludiendo el castigo por pura chiripa. La película incide en la importancia de la suerte: «todo en la vida es puro azar», «más vale tener suerte que talento». La pelota roza la red. Durante un segundo infinito su trayectoria resulta incierta. Según de qué lado caiga, habrás ganado o perdido. María Cristina Cifuentes, de 56 años, abogada madrileña de ancestros gallegos, tuvo su match point. Dotada de un alto concepto de sí misma, que tal vez no concordaba exactamente con sus méritos, fabulaba incluso con La Moncloa. Hoy ha de conformarse con algún bolo episódico en «Sálvame». Y es que la pelota cayó del lado contrario a sus intereses, probablemente impulsada por fuego «amigo» y gansteril.

Cifuentes, que se labró su marca personal como cara progre del PP, se afilió muy joven a AP, a los 16. Al acabar Derecho obtuvo una plaza como funcionaria de grupo B en la Complutense. Pero enseguida empezó a tener su nómina en la política. Con 26 años ya era diputada en la Asamblea de Madrid y allí siguió hasta su caída, llegando a ser la vicepresidenta de la Cámara. Cuando Rajoy llega al poder la promueve a delegada del Gobierno. Cifuentes convierte el cargo en una gran plataforma personal. Presencia mediática obsesiva, una cuenta en Twitter que echa humo, vestimenta colorista, una sonrisa fácil y agradable, y un ideario que se pretende progresista (al menos a efectos cosméticos). Sin entender que un partido conservador está para eso, para ser conservador, se presenta como republicana, agnóstica y adepta a la ingeniería social del PSOE en materia de costumbres. El mensaje subliminal está claro: Mariano es un carcamal rodeado de corruptos y yo soy un tía guay, limpia y acorde a los tiempos. Prueba de la densidad de su pensamiento político es que la revelación de que su anatomía incorporaba cinco tatuajes se convirtió en uno de sus signos distintivos. Pero en su afán renovador, Cifuentes tuvo un detalle que la honra: decidió limpiar la pocilga de González, Granados -y otros- en la Comunidad de Madrid. El problema es que para una tarea así antes tienes que tener tu cocina como una patena. En marzo de 2018 todo parecía ir viento en popa, afianzada como presidenta y ya con las riendas del PP madrileño en sus manos. Pero a finales de ese mes una filtración a un medio digital destapa que en 2011 obtuvo un máster sin asistir a clase y falsificando las notas. Durante 32 días agónicos lucha por aguantar en el puesto. El 25 de abril otra filtración, esta vez muy vil, la remata: un vídeo antiguo, donde se la ve robando una crema de 20 euros en un súper de Vallecas en 2011 (que pagó al instante al ser descubierta).

Cifuentes podía ser hoy líder del PP. Pero en lugar de estar sentada en Génova lo hace en el banquillo de los jueces y el de Jorge Javier. La política es una picadora de carne humana. Match point, Cristina.