Iñaki Ezkerra-El Correo
Nada de lo que hace Sánchez es lo que dice que es. El suyo no es ni siquiera un Gobierno en funciones
Uno de los propósitos que me he hecho esta semana es pasarme por Santander para comer en El Desván, el restaurante al que el presidente de Cantabria llevó al del Gobierno con el único y superfluo objetivo de hacer cómo negociaban un triste voto en la Cámara Baja que el primero ya le había dado de antemano al segundo. Revilla ha presumido de que cada menú le costó sólo 19 euros, pagados de su bolsillo, y de que Sánchez se puso las botas de lo hambriento que llegaba a la cita. Revilla ha dado detalles de todo lo que, por tan módico precio, se pudo zampar Sánchez como si no hubiera un mañana en esa breve sentada. Gracias a él sabemos que empezó con los tomates de Galizano para pasar, acto seguido, a la ensaladilla rusa; luego a meterse entre pecho y espalda tres buenos platos de alubias rojas de Trasmiera y a continuación una merluza a la romana, a la que siguió un postre de sobaos pasiegos y crema campurriana. Dicen las malas lenguas que cuando salió del local no le entraban los pantalones pitillo y que más bien parecía que llevaba leotardos.
Yo creo que, en lugar de ‘El Desván’, ese restaurante debería llamarse ‘La Despensa’. Yo creo que Sánchez, más que a negociar, fue a Santander a matar el hambre. Diríase que no le dan de comer en La Moncloa y que se lo gasta todo en apariencias, o sea en hacer como que negocia, un día con el regionalismo cántabro lo que ya estaba negociado y otro con Unidas Podemos lo que no quiere negociar o lo que negociará entre bastidores en el último momento. Posibilidades ambas que demuestran la cara inutilidad de su mitin en el incomparable marco de la estación de Chamartín para hacer pública su oferta al partido de Iglesias.
Ése es el verdadero programa de Sánchez y no el de los 370 puntos que exhibe como unas Tablas de la Ley en su virtual y peregrino papel de Moisés de la izquierda española: hacer como que se negocia lo que no se está negociando, hacer como se gobierna cuando no se está gobernando, hacer investiduras para no salir investido, hacer campaña electoral como si se hiciera otra cosa para unas elecciones que aún no han sido convocadas… Nada de lo que hace Sánchez es lo que dice que es. El suyo no es ni siquiera un Gobierno en funciones sino en una sola y prolongada función teatral. Lo único real es su permanencia en La Moncloa a cualquier precio, así como el precio que esa permanencia tiene para todos y que no son los 19 euros que pagó por su menú Revilla.
Después de esa comilona, la gran pregunta no es si habrá o no elecciones sino si Sánchez aterrizará o no con su Falcon en un aeropuerto vasco para que Urkullu le muestre las bondades de nuestra hostelería. Yo es que creo que Revilla le ha mojado la oreja al lehendakari con ese restaurante que debería ocupar un puesto de honor en la Guía Michelín por haberle quitado el hambre a un presidente insaciable.