ANDONI UNZALU-El Correo

  • Ha llegado la pandemia y resulta que no, que no somos mejores
Este año de la pandemia está siendo terrible no sólo por las consecuencias en la salud y el impacto negativo en la economía, sino especialmente por el impacto negativo en la política. Creo que ya no queda ni un sólo político que no haya dicho una cosa y su contraria. ¿Se acuerdan ustedes de la consejera Tapia envuelta en ikurriña defendiendo la economía vasca contra el estado de alarma? Pues ahora el lehendakari pide por carta que, por favor, no lo quiten y lo prorroguen más tiempo. A la vez, durante la Semana Santa, cuando era más que previsible un incremento de contagios, o ahora mismo con datos alarmantes, no quiso ni quiere imponer medidas más restrictivas, que sí puede.

El presidente del Gobierno renunció a liderar de forma firme y uniforme en todos los territorios la estrategia contra la pandemia. Cierto es que el PP permanentemente le mordía en los tobillos por cualquier propuesta que pudiera hacer y los nacionalistas hicieron lo de siempre: voto te doy, voto que me pagas, con precios altísimos ajenos a la pandemia.

Durante el primer trimestre de la pandemia los presidentes autonómicos alzaron la voz pidiendo poder y protagonismo, porque ellos sí que sabían cómo hacer las cosas. Y después, cuando Pedro Sánchez, en un ataque defensivo, se sacó de la manga la cogobernanza, la alegría les duró un minuto. Y ahí comienza un caos total.

El primer muerto fue la legalidad. La ley ya no existe, existen opiniones interpretativas de cada uno. Si uno dice que eso es inconstitucional, te responderán que, bueno, eso lo dices tú, y además cuando escribieron la Constitución nadie imaginó una pandemia así. Frente a situaciones extraordinarias, medidas extraordinarias. A este paso los abogados y jueces deberán ir a una nueva facultad de hermenéutica.

Nunca hemos vivido en democracia este nivel de inseguridad jurídica. La esencia misma del sistema democrático es la sujeción a las mismas leyes que hoy se han convertido en referencias abstractas para adornar las propias decisiones.

Es verdad que para hacer frente a una pandemia así tenemos lagunas legales, que no se han resuelto en más de un año, y me asombra que ningún presidente de ningún territorio ni del Gobierno central haya intentado legitimar esta ausencia de leyes concretas solicitando la legitimidad de los parlamentos. Todo son decretos y órdenes, que parece que los presidentes regionales crecen un palmo al firmarlos. Y con legitimidad parlamentaria no me refiero a los plenos de control que convierten en una batalla cruenta utilizando el virus como arma arrojadiza. Me refiero a que ningún presidente ha ido a su Parlamento a proponer medias concretas para que la representación popular, ante las lagunas legales, les confiera mayor soporte democrático.

El segundo muerto ha sido la jerarquía competencial. Con la puesta en marcha de la cogobernanza se ha roto todo el sistema institucional del autogobierno en España. Ya no tenemos ni idea de qué es competencia de la Administración central y qué de cada territorio. Y, claro, al inicio de la cogobernanza cada territorio se lanzó por libre con imaginación y deseo de diferenciación.

Madrid, en este desmadre, aprovechó para poner en marcha con turbo una estrategia largamente ensayada por los nacionalistas. Sólo tuvo que cambiar lo de ‘España nos oprime’ por ‘el Gobierno social-comunista nos oprime, queremos libertad’. Y no soy capaz de ver de qué modo son oprimidos los madrileños y tiendo a recordar la frase de Berlin: «La libertad de los lobos es comerse a las ovejas». Tal vez a Isabel Díaz Ayuso le parezca bien.

Y, entre nosotros, el tercer muerto ha sido el mito vasco. Bueno, entendámonos, quería decir el mito del PNV, que a estas alturas me parece que está más arraigado en Madrid que en Euskadi. El mito decía que el PNV eran esos con una estrategia elaborada a largo plazo y buenísimos gestores. Por ello si tú hacías alguna critica al PNV te contestaban siempre: ‘Ya, pero son muy buenos gestores’ y por ello se les podía perdonar algún desmadre económico o de nepotismo de vez en cuando.

Pero ha llegado la pandemia y ha dejado al rey desnudo. Resulta que no, que no somos mejores. La gestión de la pandemia está siendo un desastre, y un desastre mayor que en muchos otros territorios, ahora con los datos que tenemos estamos en la cola de España, de esa gente inepta.

Hasta el lenguaje les ha fallado: hemos pasado del discurso severo del paterfamilias a la salida cómica del histrión. Las intervenciones del portavoz diciendo «no somos un Estado policial» o, sobre la final de Copa, «no hay constancia de que hayan salido de aquí, eso no ha pasado aquí», te dejan sin ningún argumento para la crítica, pero provocan algo mucho más mordaz: la risita irónica que echa por tierra toda la autoridad que pudiera tener.

Algo parecido ha pasado con la joya de la corona, Osakidetza. La planificación de la vacunación ha sido más bien de chiste, con aquella reserva estratégica que sólo se aplicaba aquí y el inicio de la competición con las vacunas clandestinas en Basurto.

Por primera vez el mito del PNV está perdiendo pie en Euskadi. Tal vez sea la única buena noticia de la pandemia.