José Mari Alonso-El Confidencial
La tensión y la falta de confianza entre Génova y Vitoria se ha evidenciado desde el mismo momento en que Casado sucedió a Rajoy y relegara al PP vasco a la irrelevancia dentro del partido
«Yo soy del PP vasco. O dicho de otra manera: si no fuera por vosotros, no estaría en política y no sería presidente del partido». Las palabras de alabanza de Pablo Casado a Alfonso Alonso y los suyos en el cierre de la convención que los populares vascos celebraron en septiembre en Vitoria, para marcar un perfil propio que evidenciara ciertas distancias con Génova, sonaron contundentes hacia el exterior, pero apenas cobraron fuerza de puertas para adentro. Llovía sobre mojado.
El PP vasco esperaba un apoyo nítido de la dirección nacional a su pretendido discurso propio basado en la defensa del Concierto Económico y la foralidad constitucionalista desde «la centralidad» para tapar la hemorragia electoral y no caer en la irrelevancia política en Euskadi con los comicios autonómicos en el cercano horizonte, pero la respuesta de Madrid, contundente, ya la había recibido antes de que Casado se subiera al escenario para cerrar la convención. A las puertas de una cumbre que el equipo de Alonso consideraba clave para el devenir de su futuro político, la ‘número 2’ del partido, Cayetana Álvarez de Toledo, había dinamitado todas las esperanzas de los populares vascos, al poner de relieve el «grave error» de defender la foralidad y acusarles de tibieza contra el nacionalismo.
El PP vasco era consciente de que este ataque directo y contundente iba más allá de personalismos y que se trataba de un discurso asumido en Génova, por mucho que la respuesta se dirigiera en exclusiva a la portavoz en el Congreso —»mientras algunas caminaban cómodamente sobre mullidas moquetas, otros nos jugábamos la vida en la calle defendiendo la Constitución», clamó Borja Sémper en nombre de los populares vascos—. Ni las palabras de Álvarez de Toledo ni la posterior respuesta de Sémper fueron a la ligera. La convención, más allá de su efecto hacia el exterior, incrementó el malestar y la desconfianza de los populares vascos hacia Madrid mientras la dirección nacional trataba de proyectar una falsa imagen de unidad.
Fue una tregua convenida, pactada por las circunstancias. Ni a Madrid ni a Vitoria les interesaba que estallara el fuego latente desde que Casado se hiciera con las riendas del PP en julio de 2018 y relegara a los populares vascos a la irrelevancia en la política nacional del partido por su apoyo generalizado a Soraya Sáenz de Santamaría en las primarias para suceder a Mariano Rajoy. La dirección del partido no se podía permitir una segunda debacle electoral en unas nuevas generales y los populares vascos, que por primera vez se habían quedado sin representación en el Congreso tras las generales del 28 de abril, necesitaban aire a las puertas de las elecciones autonómicas en pleno declive. «Fue una crisis cerrada en falso», admite ahora un dirigente del PP vasco.
Cada cita electoral ha destapado la tensión entre Génova y el PP vasco: el acercamiento a Vox, la imposición de los candidatos o el acuerdo con Cs
En realidad, para entonces, los gestos públicos de cercanía y respaldo no servían para ocultar la tensión y la falta de sintonía (y de confianza) que existe entre Génova y el PP vasco desde el mismo momento en el que Casado fue investido presidente del partido. Los populares vascos, que habían gozado de una posición de privilegio dentro del partido con Rajoy, se vieron de repente arrinconados y sin capacidad de influencia en Madrid. Y todo, además, después de la elevada factura pagada de décadas de terrorismo. «A algunos dirigentes actuales del partido se les olvida todo lo que hemos padecido aquí y que hemos pagado con nuestras vidas la lucha por las libertades en España», censuran a día de hoy con amargura desde el equipo de Alonso.
Cada cita electoral ha destapado, por uno y otro motivo, las enormes diferencias entre Madrid y Vitoria. El 28 de abril hizo brotar las discrepancias por el acercamiento de Casado a Vox que rechazaba de plano la cúpula vasca; el 10 de noviembre desató la ira del equipo de Alonso por la nueva imposición de los candidatos territoriales, en especial en Guipúzcoa; y, ahora, las elecciones autonómicas del próximo 5 de abril han provocado la rebeldía del exministro de Sanidad y candidato a ‘lehendakari’ —no sin suspense por la demora de Génova a la hora de confirmar su nombre— por el acuerdo alcanzado en Madrid con Ciudadanos para concurrir en coalición. Alonso no discute la alianza electoral, que comparte, pero se subleva ante las formas —denuncia que no se ha contado en ningún momento con él— y el contenido —censura las «concesiones» dadas a la formación naranja pese a su limitado peso electoral en el País Vasco—.
Ha sido un año y medio de liderazgo de Casado con muchas críticas de puertas para adentro en ambas direcciones, pero también hacia fuera. No ha habido tregua. Con el presidente popular muy tocado por su histórico fracaso en su primer gran envite electoral, el PP vasco no dudó en censurar la estrategia del presidente del partido de acercamiento a Vox. «Intentar hacer bueno un extremismo de derechas como el que ha nacido en España, blanquearlo, es un error de primera magnitud», censuró el secretario general de los populares en Guipúzcoa, Juan Carlos Cano, quien, a la vista del «abandono» de la política de «moderación», lamentó que las decisiones que afectaran al territorio se adoptaran en Madrid.
La venganza de Génova llegó apenas dos meses después, cuando abrió un expediente informativo a Cano por su asumido «error» y «confusión» de votar en las Juntas Generales de Guipúzcoa a favor de que EH Bildu ostentara la presidencia de la comisión de Derechos Humanos —aunque su decisión no tuvo repercusiones a efectos prácticos, ya que esta decisión estaba consensuada dentro de un acuerdo general con el PNV y el PSE-EE para el reparto de las diferentes comisiones del Parlamento territorial—. La medida provocó la fuerte repulsa de la cúpula vasca, que acusó a Madrid de «cuestionar la trayectoria política» y de «poner bajo sospecha de ser filoetarra a un hombre que ha dado su vida por el PP» y que durante largos años estuvo en la diana de ETA.
No fue algo casual. Ni la medida ni la respuesta. Guipúzcoa es el máximo exponente del conflicto entre Madrid y Vitoria, evidenciado en la persona de Borja Sémper. El que hasta hace un mes escaso ha sido presidente territorial y portavoz popular en el Parlamento Vasco antes de adoptar la decisión de abandonar la política ha sido el gran damnificado por esta guerra. Casado, a modo de castigo, replicó a sus crecientes posicionamientos críticos con la dirección del partido con la imposición de Iñigo Arcauz como candidato territorial al Congreso en la doble cita con las generales, entre la enérgica protesta de un indignado Sémper. El ya exdirigente popular alzó la voz ante Génova por el nombramiento de una persona que, según denunció, más allá del perfil político «no responde a la imagen y trayectoria ética y ejemplar de este partido», en alusión a sus deudas contraídas a nivel profesional.
Pero la dirección nacional desoyó su malestar y mantuvo a Arcauz el 10 de noviembre. El siguiente capítulo ya es conocido, con la decisión de un sacrificado Sémper de abandonar la política para emprender una nueva etapa en la empresa privada no sin antes dar un palo a Génova por su estrategia política. «Me incomoda mucho el clima de confrontación permanente en la política. No lo puedo ocultar y no quiero, además. Me incomoda. Me apasiona la discrepancia, pero rechazo el enfrentamiento gratuito, el convertir al adversario en un enemigo», censuró en su despedida en un claro mensaje dirigido a Casado.
El fuego latente se ha tornado en incendio ahora con las elecciones del 5 de abril. La pretendida calma ante una cita electoral trascendental ha saltado por los aires. Alfonso es candidato a ‘lehendakari’ por descarte, por falta de otro candidato alternativo en Génova. El exministro de Sanidad liderará la plancha de la coalición —ya cerrada— entre el PP y Ciudadanos porque Casado no ha encontrado otro nombre para abanderar con garantías la lista. Y no será por ganas de gran parte de la dirección del partido, que ha alimentado los rumores de forma consciente con su actitud de demorar la proclamación de Alonso como candidato. En esta ausencia de una alternativa también influye la falta de plazos tras la decisión del presidente vasco Iñigo Urkullu de adelantar las elecciones a la primera fecha posible desde el punto de vista legal.
El último y más relevante capítulo de las desavenencias se ha evidenciado con la rebelión de Alonso ante el contenido del acuerdo de la dirección del partido con Ciudadanos para ir en coalición a las elecciones vascas y que reserva dos puestos de salida a la formación naranja por Álava y Vizcaya. El pacto se ha sellado sin contar con el visto bueno del candidato popular, que incluso no acudió a una reunión a la que estaba llamado este viernes en Génova para ratificar el acuerdo. El PP obtuvo hace cuatro años nueve representantes en un Parlamento Vasco con 75 asientos y el presidente de los populares vascos considera «inasumible» que, de partida, se garantice al partido de Inés Arrimadas dos escaños en la Cámara donde nunca antes ha tenido representación y sin tener en cuenta además el difícil escenario que abordan las siglas populares, que se juegan su futuro político el 5 de abril.
«No va a dimitir», aseguran fuentes de la máxima confianza de Alonso ante los rumores de su salida en desacuerdo con la última afrenta de Génova
De jugar un importante peso en la política vasca —el PP ha posibilitado los dos primeros presupuestos de la legislatura de Urkullu—, los populares pueden pasar a ser irrelevantes en el tablero político de Euskadi. «No es ninguna pataleta de Alonso. Lo que ha hecho es representar el malestar del PP vasco por negociarse un acuerdo con Ciudadanos sin el conocimiento de él y del PP vasco», asevera su entorno para justificar el último choque entre Madrid y Génova. El último hasta la fecha. Porque nadie duda en el equipo de Alonso de que antes de la cita con las urnas van a aflorar nuevos enfrentamientos. De momento, lo único seguro es que Alonso va a ser candidato a ‘lehendakari’ sí o sí. «No va a dimitir», aseguran fuentes de su máxima confianza ante los rumores de las últimas horas de que el líder de los populares vascos se iba a bajar del barco en desacuerdo con la última afrenta de Génova.