Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 26/10/12
Quizá harto de la insufrible desvergüenza del nacionalismo catalán, Rajoy acaba de revelar el contenido medular de su última conversación oficial con el presidente de la Generalitat, quien se habría plantado en la Moncloa con la siguiente disyuntiva: o aceptas el pacto fiscal o atente a las consecuencias. El planteamiento es muy revelador, no solo porque da cuenta de un ultimátum expresado con las formas evidentes, e inadmisibles, de un chantaje, sino porque desmonta con toda claridad la huera retórica patriótica de unos líderes políticos que están pensando en el dinero pero que hablan de autodeterminación y secesión sin importarles un pito meter a su sociedad en una aventura que destroce no solo la convivencia armoniosa entre España y Cataluña sino entre los propios catalanes. Como escribe El Roto en una viñeta genial de un libro reciente que no tiene desperdicio (Camarón que se duerme? se lo lleva la corriente de opinión), «la identidad nos la construyen sobre el olvido de lo que somos». No hay más que mirar la lista de los apellidos que predominan en Cataluña (García, López, Martínez, Rodríguez, Sánchez o Fernández) para develar la inmensa impostura del discurso identitario de CiU, Esquerra y todos esos intelectuales, reales o supuestos, que un tío abuelo, el periodista Roberto Blanco Torres, llamaba «mosqueteros de la nómina».
Pues bien: esa es la operación en la que anda ahora el nacionalismo catalán, tras la negativa de Rajoy a poner patas arriba un sistema de financiación que no hace tanto se cambió para beneficiar a Cataluña en perjuicio de los territorios españoles menos ricos. Sin ir más lejos, ayer publicaba este periódico el contraste entre regiones en términos de salario bruto anual: según datos del INE, Cataluña ocupa la tercera posición (con 24.449 euros) y Galicia la antepenúltima (con 20.241).
Son esas y otras muchas diferencias de renta y de riqueza las que explican que haya en España, como en todo el mundo civilizado, mecanismos de solidaridad territorial (que son en el fondo de solidaridad interpersonal entre quienes tienen más y tienen menos), mecanismos que el nacionalismo catalán quiere dinamitar con eso que han dado en llamar pacto fiscal: o contribuimos menos a la solidaridad entre españoles pobres y ricos o nos vamos.
Tal fue el planteamiento del señor Bernard Arnault, propietario de Vuitton -marca asociada al lujo en todo el mundo- cuando decidió asentarse en Bélgica para escapar al alza de impuestos a las grandes fortunas decidida por el presidente francés François Hollande. El principio es el mismo, pero mientras que Arnault se va como un traidor a su país, el nacionalismo catalán presume de patriotismo, lo que confirma las virtudes bien probadas de este último para dar gato por liebre.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 26/10/12