Miquel Escudero-EL IMPARCIAL
De forma casual me reencuentro con el nombre de Albert Schweitzer, un hombre preocupado por la cultura y la ética, pero muy especialmente por la atención concreta a los más desfavorecidos y olvidados. Fue un médico instruido que con extraordinario esfuerzo abrió, en 1913, un hospital en la ciudad gabonesa de Lambaréné. No tenía entonces los cuarenta años de edad, y otros cuarenta años después se le concedió el premio Nobel de la Paz, en reconocimiento a su continua y abnegada labor humanitaria. Tenía estudios de filosofía y teología y daba conciertos de órgano. Una de sus primas fue la madre de Jean-Paul Sartre.
Leo que Schweitzer afirmó que hay mucha gente que cree ver un cuadro cuando en realidad lo está escuchando. Sigamos la vía de esta paradoja de los sentidos. ¿Se puede escuchar un cuadro que se está mirando? Asimismo, ¿se puede ver la música oída?
Atiendo al proverbio chino que dice: “La lengua puede pintar lo que el ojo no puede ver”. Verán ustedes que todo anda patas arriba: escuchar y ver, decir y hacer, colores y sonidos que se complementan y se asisten unos a otros. Para indagar un poco más, elijo la guía del compositor británico y concertista de piano Mark Tanner, quien ha escrito un libro con el título ‘Los sonidos y la meditación’ (Siruela).
Creo que no precisamos aquí una definición de sonido, como tampoco una definición de música para escucharla y disfrutarla. El músico Tanner viaja hacia la atención plena sin un catálogo de conclusiones previas. Ensaya un estado de ánimo que le disponga a lograr la mejor conexión con nuestro entorno y con nosotros mismos, con conciencia.
De inmediato nos encontramos con la realidad del ruido que nos distrae y confunde, al tapar la señal. El estadístico Nate Silver ha insistido en que hay que prestar una atención cuidadosa al ruido que contienen los datos y que contamina nuestros análisis: “cuando sucede una catástrofe, todos buscamos señales en el ruido, cualquier cosa que pueda explicar el caos que nos rodea y devolver el orden al mundo”. ¿Cómo diferenciar la señal del ruido? Se necesita tanto el conocimiento científico como el conocimiento de uno mismo: “serenidad para aceptar las cosas que no podamos predecir, valor para predecir las cosas que sí podemos predecir y sabiduría para saber diferenciar las unas de las otras”.
La madre Teresa de Calcuta afirmaba que necesitamos el silencio para tocar las almas; un silencio de reflexión, pausa y consistencia, en medio del ruido que todo lo ensordece e invisibiliza. Evoco ahora a Antonio Machado. Su alter ego, Juan de Mairena, decía ser un profesor de Retórica que no buscaba formar oradores, sino personas que hablasen bien siempre que tuviesen algo bueno que decir, y no estaba dispuesto a enseñar a decorar la vacuidad. De niño, se había entrenado en oír lo inaudible: “El niño Juan, el solitario,/ oye la fuga del ratón,/ y la carcoma en el armario,/ y la polilla en el cartón”.
En cualquier caso, las frases que repetimos sin pensar, dice Tanner, son como “pájaros que pueden volar en cualquier dirección cuando les plazca”, no tienen base ni fundamento, no son de fiar. Conviene que cada uno de nosotros incorpore un nido de silencio, que nos reserve un espacio de banda particular.
Se puede decir que todo sonido necesita de alguien atento, con oídos para sentirlo y concretarlo en una zona de resonancia interior; sopesando el volumen, el tono y el timbre, los cuales moldean las emociones y las configuran. En la medida en que nos paremos a distinguir las voces de los ecos, como decía Machado en uno de sus maravillosos poemas, más cerca estaremos de dotarnos de una voz propia, por modesta que sea, que iremos afinando sin pausa y sin prisa. Y, así, estaremos más cerca de no hablar de oídas y no repetir lo que suena por ahí. De este modo, facilitaremos el paso a la realidad para que se nos presente con su peso adecuado.