IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

  • No es igual pillar pasta en medio de la abundancia que entre el dolor de tus paisanos

Son los pícaros del covid, los comisionistas del caos y del miedo, los mayoristas de la desgracia. Y en estos días son noticia porque la Fiscalía Anticorrupción ha dado contra ellos unos pasos elementales que debería haber dado hace un par de años. Se ha comparado este brutal expolio a la España de la pandemia con la cultura del pelotazo felipista, pero la equiparación no me parece correcta. Aquella época a caballo entre los años 80 y los 90 fue la del despegue económico y la creación en nuestro país del llamo Estado del Bienestar. Ésta es la de una crisis sanitaria sin precedentes y una quiebra económica que ha llovido sobre el suelo mojado de la recesión de 2008.

No digo que aquel enriquecimiento ilícito fuera ejemplar sino que no es lo mismo pillar pasta en medio de la abundancia que hacerlo en medio de la miseria y la muerte de tus conciudadanos. Lo que digo es que hay una ligera diferencia entre una nación próspera que se permitía el acceso a la universalización de la Sanidad y un escenario nacional dantesco en el que el sistema de esa Sanidad no daba abasto con los contagios y en el que las camas de los moribundos se apilaban en los pasillos de los hospitales; entre el salto que dio el felipismo a una economía liberalizadora y el paso atrás que ha dado el sanchismo a una economía de la restricción, de cese y de cierre. El caso de Medina y Luceño no es el del pelotazo que celebraba Solchaga en 1988 asegurando que el nuestro era un país en el que «se podía ganar más dinero a corto plazo que en toda Europa». Es el del pelotazo en el cementerio, en la peste, en el horror y el dolor de tus paisanos. Es eso: el necropelotazo.

Lo que choca de un caso tan infame son los contrastes que deja entrever: el contraste entre el lucro de unos y la ruina de los otros; entre la laxitud oficial ante unos estafadores y el férreo control de esas mismas autoridades sobre una población sumisa; entre la conmoción solidaria de la ciudadanía y la euforia codiciosa de ese tándem sombrío; entre el altruismo y el egoísmo; entre la heroicidad del colectivo médico o de tantos otros y la mezquindad de ese dúo dinámico en el peor de los sentidos; entre el voluntariado humanitario y ese comisionismo cementerial.

El necropelotazo, sí. Uno busca la clave de esa voluntad de saqueo en los versos de Baudelaire: «Si el estupro, el veneno, el puñal, el incendio,/ no han bordado todavía con sus gratos dibujos/ el cañamazo trivial de nuestros míseros destinos,/ es porque nuestra alma, ¡ay!, no es lo bastante atrevida». No estoy de acuerdo con Baudelaire. Hay almas que se han atrevido a arriesgar su vida por salvar otras, o sea, a lo contrario que esa parejita siniestra.