JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC

  • Clara, habéis sido vosotros. Pero bien está que, salvo eso, digas la verdad

Leo con asombro en ‘El País’ un artículo de Clara Serra. Mi asombro obedece a dos razones: a) comparto la visión sobre el sexo de la ex diputada de Podemos y de Más Madrid; b) con desahogo, atribuye al neoliberalismo el destrozo ocasionado so capa de «consentimiento» por la cultura woke, a la que ella no solo pertenece, sino que ha contribuido a arraigar en nuestro país.

¿Cómo discrepar de esto? «Quizás […] tenga sentido parar a preguntarnos si no estaremos pasando por alto una cosa fundamental: que no siempre —casi nunca quizás— conocemos nuestros propios deseos y que esa opacidad, tan incómoda para la lógica moderna, forma parte de la propia sexualidad». Y qué decir de esto: «Detrás de las actuales doctrinas del consentimiento se nos están encomendando deberes a unos y a otras: a los hombres se les exige que pregunten, a nosotras que sepamos contestar. ¿Pero es esto más liberador? ¿No carga esto un enorme peso en la mujer? ¿A quién beneficia realmente esta obligación de ser sujetos autotransparentes ante el derecho y la ley? ¿Podremos cumplir esa exigencia? ¿Y queremos acaso cumplirla?»

Sus certeras palabras parten de reflexiones de Foucault y otros autores en la misma línea. Un Foucault bien digerido, lo que no es habitual en la cultura ‘woke’, uno de cuyos rasgos definitorios es malentender en profundidad al autor de Vigilar y castigar, así como a Derrida y a Lacan. También a otros, pero esos tres pensadores se llevan la palma a la hora de fundamentar (‘malgré eux’) disparates que a menudo son directamente contrarios a lo que sostuvieron. La confusión sobre la genitalidad en el caso de Lacan es un caso palmario. No descartemos, por otra parte, que la razón última de tanto malentendido esté en la deliberada oscuridad con que al menos dos de los citados elaboraron su discurso, y en el considerable esfuerzo de concentración que exige la lectura del tercero, Foucault. Suya sería la culpa, o gran parte de ella, de esa interpretación torcida típica de la academia estadounidense, contagiada a la europea, de ahí al lenguaje político y mediático, y de ahí al conocimiento convencional de una mayoría social que no tiene noticia de esos autores.

Como fuere, vuelvo a mi mayor asombro, que es la atribución al enemigo de la propia siembra de males. Enemigo, sí, es la voz adecuada en la cultura hegemónica, que ha llegado a serlo a base de explotar antagonismos, de convertir en canónica la existencia de intereses contrarios entre dos partes. Tal es, por cierto, el único legado del marxismo que ha sobrevivido. En Marx hay dos clases sociales cuya lucha, en un juego de suma cero, es motor de la historia. En el ‘wokismo’, las luchas se fragmentan para adaptarse a una sociedad compleja, pero conservan el esquema opresor-oprimido. No ha sido el neoliberalismo, Clara, habéis sido vosotros. Pero bien está que, salvo en eso, digas la verdad.