IGNACIO CAMACHO-ABC
- A Sánchez sólo le faltaba un escándalo de putiferio. El típico asunto morboso capaz de acelerar un proceso de hundimiento
Hasta ahora ni el consumo ni el ejercicio de la prostitución son en España actividades ilícitas, aunque el Partido Socialista tiene en marcha una ley para abolirlas. Dicho proyecto legislativo contó con el voto a favor de Juan Bernardo Fuentes Curbelo, el diputado que alquilaba de noche los servicios que por la mañana pretendía convertir en conductas delictivas. Como aún no están prohibidas –tampoco la inhalación de cocaína–, el único reproche que cabe formular al exparlamentario es el moral, una cuestión de hipocresía por desgracia frecuente en todos los aspectos de la vida. Y los últimos que deberían censurarlo por ello son sus compañeros sanchistas, acostumbrados a hacer de la doblez, la contradicción y la impostura continua un elemento permanente de su orden del día. Ni siquiera se han oído las protestas de los colectivos feministas, que reservan sus piras ideológicas para los adeptos de otras siglas. Sin embargo, es la afición a las ‘lumis’ y no el presunto tráfico de influencias que le imputa la justicia lo que ha desencadenado una descomunal tormenta política capaz de achicar al Gobierno sus ya menguantes expectativas.
Así son las cosas. La foto de Roldán en calzoncillos (de lunares) generó más escándalo que todos sus desfalcos. Los treinta mil euros públicos gastados por los responsables de la Faffe andaluza en un local llamado Don Ángelo provocaron más desgaste a Susana Díaz que las millonarias subvenciones sin justificar y las ristras de militantes que aquel chiringuito laboral tenía enchufados. Sánchez lo sabe, y también que una reacción contundente no suele minimizar los daños. Los archivos gráficos y de audio en poder de un juzgado son una bomba de relojería electoral con potencia para volar el último tramo de su mandato. En este momento hay una docena de congresistas temblando, pese a que probablemente sólo fueron utilizados por el Tito Berni como comparsas escenográficos para impresionar a sus clientes empresarios. Sin que haya aparecido una sola prueba de amaño de contratos, las juergas del político canario están causando en la reputación gubernamental un formidable estrago.
Puterío, putiferio: situación de desmadre o desenfreno según la acepción tercera del Diccionario académico. El típico caso cuyos ribetes de morbo y cotilleo pueden cimbrear los últimos pilares de un entramado de poder en pleno hundimiento. El presidente lleva meses haciendo surf sobre la ola de sus polémicos manejos: los indultos, las rebajas penales al independentismo, la gestión opaca de los fondos europeos, la ley del ‘sí es sí’ y sus demoledores efectos. Un equilibrio demasiado inestable para superar también el embate de este asunto feo, turbio, rancio, que apesta de lejos a suciedad, a tejemaneje, a gatuperio. Ya no es el nombre de Podemos sino el apodo de un semianónimo diputado de su propio grupo el que le envenena los sueños.