JOSÉ MARÍA CARRASCAL – ABC – 06/07/16
· Los españoles están cabreados con Rajoy, pero no hasta el punto de querer imitar la Grecia de Tsipras.
Con la agilidad del Lazarillo de Tormes y la astucia del ciego al que servía, Pablo Iglesias intenta escapar del aprieto en que se ha metido. El que ante las últimas elecciones tocaba el cielo con los dedos advierte que en las próximas pueden darse una «hostia de proporciones bíblicas». ¿Quién no se conmueve ante tanta humildad? ¿Quién no le perdona ante tamaña sinceridad? Lo malo es que la «hostia» ya se la han dado en forma del millón de votos perdidos. Y no se la han dado sus rivales, sino quienes había metido en su redil con carantoñas. Si la sangría continúa o sigue engatusando incautos nos lo dirá el futuro, pero cada vez le será más difícil vender su averiada mercancía. Aunque, si hemos perdido un presidente de Gobierno, hemos ganado un personaje de nuestra fértil novela picaresca.
Siempre me ha sorprendido la soltura que se dan los comunistas para mentir. Lo hacen con tanta naturalidad que desarma, al no andarse con chiquitas. «Cuanto más grande sea la mentira, más fácilmente la cree la gente» es su divisa. Así, convencieron a millones de occidentales de que la Unión Soviética era un paraíso de los trabajadores, de que la revolución cultural de Mao liberó a los chinos de sus tabúes ancestrales, de que Cuba era un modelo para Hispanoamérica, de que el Vietkong libraba una guerra de liberación. Ya menos suerte han tenido en convencer de que en Corea del Norte se vive mejor que en Corea del Sur. Pero estoy seguro de que, si se le hiciera esa pregunta a Pablo Iglesias, buscaría una argucia para no contestar claramente.
De lo que no cabe duda es de que se equivocó al engullir a Izquierda Unida, de que les hubiera ido mejor continuando su camino por separado, de que volvió a equivocarse al mandar a Sergio Pascual a remar a galeras y de que quien tenía razón era Íñigo Errejón cuando advertía de que la transversalidad, el mantener abiertos todos los caminos de la rosa de los vientos, era la mejor de las estrategias para un partido nuevo como el suyo y poder pescar descontentos en todos los caladeros políticos.
De que, en fin, no se puede estar en misa y repicando. Pero Pablo Iglesias fue incapaz de resistir la pulsión leninista, implacable, dogmática, autoritaria que anida en todo comunista, por más que se disfrace, y su primer impulso fue deglutir, no al PSOE como creíamos, sino a los restos que quedaban de comunismo, capitaneados por un pobre chaval que no se explicaba cómo con un millón de votos no obtenía más que dos diputados. Y se dejó comer.
Lo malo fue que ese millón de votos se le indigestaron a Iglesias, que debe echar mano de todas las artimañas que le enseñó su amo el ciego para disimularlo. Porque la realidad, que tanto le ayudó en sus comienzos, se vuelve ahora contra él: los españoles están cabreados con Rajoy, pero no hasta el punto de querer imitar la Grecia de Tsipras.
JOSÉ MARÍA CARRASCAL – ABC – 06/07/16