Hungría desafía a la UE con un referéndum de la vergüenza

EDITORIAL EL MUNDO – 06/07/16

· Asistimos a un profundo desasosiego en la Unión Europea que se ha disparado tras el triunfo del Brexit en el referéndum británico. No resulta exagerado ni tópico decir que el proyecto comunitario sufre la peor crisis desde su creación. Con un claro déficit de liderazgo y en una encrucijada agudizada desde hace años por las graves secuelas de la recesión económica, primero, y por la crisis de refugiados, después, Europa zozobra. Y aunque no faltan europeístas que defienden que ésta debiera ser la oportunidad para cambiar el rumbo y avanzar en la integración, lo cierto es que hoy por hoy son los populismos eurófobos los únicos que parecen sacar partido al naufragio, haciendo suyo aquello de que cuanto peor, mejor.

El último ejemplo lo tenemos en Hungría. Su presidente anunció ayer que el próximo 2 de octubre Budapest someterá a referéndum las cuotas obligatorias de reubicación y reasentamiento de refugiados que in extremis aprobaron los Veintiocho –por mayoría cualificada– el pasado abril. El compromiso es acoger –entre reubicaciones de refugiados desde campos en Grecia o Italia y reasentamientos desde Turquía o Líbano– a 160.000 personas en dos años. De ellas, a Hungría le corresponden 2.300, cifra a todas luces baja y asumible por cualquiera de los países de la UE. Recordemos, además, que aquel fue un acuerdo de mínimos con el que Bruselas trató de salir de su lamentable marasmo ante el mayor drama humanitario desde la Segunda Guerra Mundial.

Pero el primer ministro húngaro, Viktor Orban, ya se desmarcó entonces tachando la decisión de violación de la soberanía de los Estados. El enfant terrible de los Veintiocho ha dado sobradas muestras de que su concepción de Europa apenas va más allá de un privilegiado club para el libre mercado. Sobre los valores más profundos de la UE, como el respeto a los derechos humanos y a las minorías, por no hablar de la democracia plena, Orbán no quiere saber nada, lo que no sorprende en un dirigente en una imparable deriva autoritaria. Y tras abanderar el rechazo a la política común sobre refugiados –al que se sumaron Polonia, República checa, Rumanía o Eslovaquia–, lanza ahora este órdago en forma de referéndum.

La iniciativa húngara es, antes que nada, demagógica y reaccionaria. El Gobierno ultraderechista lleva meses usando el espantajo de la inmigración a modo de chivo expiatorio para silenciar sus problemas domésticos. Porque pese al abrumador resultado que Orban logró en las elecciones, no han faltado desde entonces manifestaciones contra sus leyes draconianas. Y pese a que Hungría es tan sólo un país de paso para la mayoría de los refugiados de Oriente Próximo –sobre todo sirios– que, huyendo de la guerra, tratan de asentarse en Europa, Budapest no dudó en endurecer su legislación y en sellar las fronteras con Serbia y Croacia, levantando un sinfín de vallas de la vergüenza. Ayer mismo, 600 refugiados fueron expulsados al otro lado –a tierra de nadie entre Hungría y Serbia–, donde no reciben asistencia, para dificultar así las peticiones de asilo. Una acción que viola claramente los derechos humanos.

En lo político, este referéndum es un gravísimo desafío que las autoridades comunitarias no pueden aceptar. Y habrán de dejar claro a Budapest que saltarse las reglas de juego tiene consecuencias. El resultado de la consulta es lo de menos, porque al tratarse de una materia cuya competencia corresponde a Bruselas, el Tribunal de Justicia europeo podría tumbar cualquier decisión que incumpliera los compromisos comunitarios adquiridos. Pero la UE se cimienta sobre un acervo de libertades y solidaridad que ninguno de sus miembros puede pasar por alto.

A rebufo del Brexit, ahora todos los populistas ultranacionalistas, antieuropeos y xenófobos pretenden sustituir décadas de fraternidad comunitaria, de acuerdos políticos y de diplomacia, por consultas cargadas de demagogia. Y por ello urge una respuesta estratégica de los Veintiocho que ataje un cada vez más que probable contagio de plebiscitos. Por lo pronto, el referéndum húngaro coincidirá el 2 de octubre con la repetición de elecciones presidenciales en Austria, donde la ultraderecha podría ser la fuerza más votada. Esperemos que el sueño europeo, que es lo que está en juego, no se transforme en pesadilla.

EDITORIAL EL MUNDO – 06/07/16