Si en Cataluña salta el invento con el clamoroso fracaso de un nuevo Estatut, en Andalucía no va a saltar de inmediato, pero va a meter a los andaluces en la dinámica del nacionalismo periférico que tanto ha amargado la existencia a los ciudadanos vascos y catalanes. Y todo por camuflar un mal final, que por camuflarlo se desea convertir en un mal principio.
El final de un libro de aventuras tiene el desencanto, al acabarlo, de devolvernos a la realidad. El final de una travesía del desierto tiene el inconveniente de que todos los espejismos se han superado, acaban desapareciendo, y no hay atisbo de oasis maravillosos, porque son producto del engaño óptico y de lo mucho puesto por nuestra imaginación. Los oasis maravillosos no existen, los jardines del edén pueden motivar muchas locuras, como las del El Dorado, que finalmente no eran más que productos inventados no sólo por la imaginación sino por la necesidad de meternos en aventuras para superar los retos vulgares de lo cotidiano, para justificar errores previos, para dar un sentido grandioso a unos esfuerzos, e, incluso, satisfacer la vanagloria de algún líder. Sólo la necesidad de huída nos había hecho imaginar lo inalcanzable y hasta lo incoherente.
Se acaba el tour político de la España plural y más democrática, se va poniendo fin a la nueva época anunciada, y como en los teatros abandonados de público con el apagar de los focos van desapareciendo muchas ilusiones. Se descubre que el nuevo Estatut desentierra una profunda crisis política cuyos primeros perjudicados, increíblemente –la culpa es difícil que esta vez la tenga el PP-, nos son otros que sus más ardorosos promotores, los partidos del Gobierno de la Generalitat. Lo que debería demostrar que la iniciativa no debe ser demasiado constructiva.
Iniciar una nueva fase histórica con este prólogo, que exige inmediatamente la convocatoria de una elecciones no previstas, no es precisamente entrar en una nueva época, más bien parece volver al peor de los pasados, al pasado de la desarticulación política española iniciada por el clamoroso fracaso de un nuevo Estatut sin requerimiento social ni consenso político. Hace veinticinco años los estatutos se celebraban, ahora, en la nueva etapa, se temen, preocupan, y animan a muchas plumas a expresar su profunda preocupación.
Intentar camuflar su fracaso metiendo a Andalucía en la misma estela nacionalista –la infeliz idea de la realidad nacional andaluza- es supeditar el futuro institucional no ya a una determinada estrategia de partido, sino a enmascarar lo que ya se ha demostrado que no puede funcionar. Si en Cataluña salta el invento, en Andalucía, mucho más preocupados por otras cuestiones, no va a saltar de inmediato, pero les va a introducir a los andaluces -se les va a inocular el virus- en la dinámica del nacionalismo periférico que tanto ha amargado la existencia a los ciudadanos vascos y catalanes. Y todo por camuflar un mal final, que por camuflarlo se desea convertir en un mal principio.
Se podría anunciar que con el Estatut España va ser más democrática, va ser más mejor, pero nace con una crisis política de previsiones insólitas, que difícilmente puede ser ocultada y que ha sido erigida a pesar del disentimiento de sectores muy importantes de la opinión pública y de la política. Y aún así se ha hecho.
Sólo queda el ilusionante proceso de negociación con ETA, para buscar la paz definitiva con los autores de más de novecientos asesinatos en democracia. Tendremos que agarrarnos a él para sacar un balance presentable, creerán algunos. Por fin el proceso de verdad, el autentico proceso de paz, porque nos anuncian que ésta vez no es como en las anteriores, con el temor de que para que no sea como las anteriores, tras el fracaso catalán, que tiene repercusión en esto, el gobierno esté dispuesto a vendernos una paz justa, honorable, digna, solemne, con unos injustos, indignos, y cutres descerrajadores de tiros en la nuca, bombas lapas, extorsionadores de empresarios y tenderos, pirómanos de autobuses y cajeros, a precio de saldo. Nuestras esperanzas en el nuevo amanecer puesto en esta paz nos llevarán a un nuevo fracaso.
Cada vez que los medios oficiales u oficiosos surgen para destacar lo mucho y para bien que ha reflexionado Otegi, como si fuera el niño travieso de la escuela -tanto que luego tiene que salir para desmentir la bondadosa y almibarada imagen que se le endosa- el estupor recorre mi deteriorada sensibilidad. Otra vez en otra aventura con espejismos, que ya sabemos cómo acaban.
Eduardo Uriarte, BASTAYA.ORG, 16/5/2006