IÑAKI EZKERRA-EL CORREO

  • Habría que medir el que late en los partidos, sobre todo en los fóbicos por definición

El odio se ha puesto de moda en nuestro país. Es ya un tema recurrente. Y los mismos que han hecho de él una ideología se presentan como víctimas del odio ajeno, que fomentan y desean hacer verosímil para justificar el propio. Aman el odio porque es el líquido amniótico en el que se han gestado y el alimento que les hace crecer. De este fenómeno paradójico que podríamos denominar ‘filofobia’ dan gráfica prueba episodios recientes como la falsa agresión homófoba de Malasaña, que Marlaska vendió como auténtica, o la navaja que envió a Reyes Maroto un perturbado y que sirvió a la ministra para buscar en Vox un falso culpable que le diera votos en las autonómicas madrileñas. Frente a esa demagogia de la izquierda, existe la tentación desde la derecha de negar la mayor: «¿Cómo pueden acusar de semejante cosa a un partido como el de Abascal, que ha sufrido el acoso de los verdaderos representantes del odio ideológico tanto en el País Vasco como en Cataluña?».

Resulta realmente llamativo que mire a Vox con lupa un Gobierno que se sostiene gracias a los grandes y pioneros fabricantes del odio racial en nuestro país, que son los partidos secesionistas, y que, para colmo, cuenta con varios ministros procedentes de las dos grandes escuelas contemporáneas del odio teórico y práctico: la del resentimiento de clase formulada por el marxismo y la del populista Laclau, que predicó la sociedad del conflicto. Pero este hecho obvio, que juega a ignorar toda nuestra clase política, no libra de rositas a los guiños permanentes que Vox hace a las extremas derechas europeas, si bien hasta hoy no se ha atrevido a una formulación explícita que le equipare al Partido de la Libertad de Austria o a la Alternativa por Alemania. Y es que creo también que ese freno, esa contención, es más importante de lo que parece.

Es obvio que a Vox los homosexuales no le entusiasman. Pero, por esa razón, hay que valorar como un triunfo de la democracia que el tono de los líderes de dicha formación no haya llegado a la expresión de odio hacia ese colectivo y se quede en postulados del conservatismo católico como el rechazo a que la unión gay se llame «matrimonio». Es esta conquista social de todos lo que está negando la izquierda cuando atribuye a ese partido falsas incitaciones fóbicas. Y lo está negando porque preferiría que esa amenaza fuera real para el colectivo que dice defender. Rara defensa hace de una causa quien desea que esa causa no la defienda nadie más que él. Yo creo que se impone la creación de un ‘fobómetro’ nacional que mida con precisión matemática el grado de odio que late en todos los partidos, especialmente en aquellos que son fóbicos de origen y por definición.