Con el mismo eslogan con el que se presentó cuando ganó las primarias del partido en el 2018. Pablo Casado se dirigió a los suyos, que desbordaron la plaza de toros de Valencia, exclamando «el PP ha vuelto». No es que en este tiempo se hubiera ido. Todo lo contrario. A medida que se va desgastando Pedro Sánchez en la legislatura, Casado va avanzando posiciones en las encuestas. Este año, en las urnas, el PP de Madrid arrasó. Pero él no mencionó ayer ese éxito ‘copyright’ de la presidenta Isabel Díaz Ayuso. No quería ni una sombra en el mediodía soleado de la plaza de toros. Lo que necesita el presidente del PP es reforzar su liderazgo, que para eso se ha celebrado la convención durante una semana, y transmitir a su electorado que esta vez sí. Cuando toque. Que podrá ganar y gobernar. Lo primero parece factible. Lo segundo, ya veremos cómo lo hace. Para poder gobernar, según los sondeos de última hornada, seguiría necesitando del apoyo de Vox. Con Santiago Abascal hace un año que no habla. Será la cuadratura del círculo.

Para dar el primer paso (ganar en las urnas ensanchando la bolsa de los liberales procedentes de Ciudadanos y los moderados desencantados con el PSOE) tendrá que lograr un difícil equilibrio. Por la misma puerta por donde entren los moderados saldrán los radicales de Vox. Ayer, en Valencia, dio un paso previo para recorrer el largo camino de los dos años que quedan para volver a las urnas. Despejar el camino interno. Se lo facilitó Ayuso descartándose como candidata a La Moncloa. La presidenta madrileña tiene un tirón mediático imbatible. El electoral ya lo ha demostrado. Ejerce el liderazgo político manteniendo el pulso al presidente del Gobierno con toda naturalidad. Sin complejos. Hasta el punto de que Sánchez ha terminado por copiarle iniciativas después de haberlas criticado. La última, crear un organismo de defensa de la lengua española. Pero si dijo que le dejaba el campo despejado a Casado fue porque lo creyó necesario. Para aplacar al fuego amigo.

Con la vía libre, de momento, Casado se presentó ayer con un programa de gobierno en su memoria que fue desgranando durante una hora. Duro contra los nacionalismos plegados a la izquierda más sectaria, comprometido con la derogación de leyes como la eutanasia o la de educación, en reforzar la unidad nacional, potenciar las instituciones en Cataluña y recuperar las competencias de prisiones cedidas a Cataluña y País Vasco. Crecido. Hasta el punto de atribuirse méritos colectivos. «Somos el partido que derrotó a ETA». No hubo un partido que pueda atribuirse ese trofeo. Porque fue el Estado (ni siquiera la sociedad vasca), la Policía y la Justicia quienes terminaron por quitarle el oxígeno a la banda terrorista. Tampoco fue el PP quien paró a Puigdemont, aunque gobernara Rajoy aplicando el 155 de la Constitución. Lo hizo el Estado, la Justicia y el discurso del Rey Felipe VI. Pero Casado quería demostrar que esta vez se siente con la fuerza suficiente para liderar el cambio moderado desde el centroderecha. Le falta, sin embargo, concretar el segundo paso. A Sánchez le interesa fraccionar a la derecha, apuntalar la radicalización de Vox para que Casado se distancie de Abascal. El PP, con el apoyo de Vox, gobierna en Andalucía y Murcia. Ayer Casado desafió al partido de Abascal diciendo que el PP es la única alternativa a la izquierda. Faltan dos años para ir a las urnas. El camino está trufado de trampas. Veremos.