El olvido intencionado

EL CORREO 21/01/15
TONIA ETXARRI

Recordar. Mantenerse firmes contra el olvido. Ése es el único asidero al que se aferran las víctimas del terrorismo. Que no tiene nada que ver con «recrear la ficción de que ETA todavía existe», como recrimina el PNV al PP cada vez que le acusa de presionar a los jueces, olvidándose de la presión que ellos mismos, los jeltzales, ejercieron con manifestaciones en la calle cuando los tribunales sentaron en el banquillo a Ibarretxe y Patxi López. Pero así es el recorrido de la mayoría de los políticos. Que se les suelen olvidar los errores propios con suma facilidad. En el caso de las víctimas, después de todo lo que han perdido, solo les queda reclamar justicia. Y respeto a su dignidad y su memoria.

La justicia la reclaman cuando se producen excarcelaciones de etarras que consideran injustificadas por muy legales que éstas resulten.

La dignidad se la echan por tierra quienes dicen que están siendo utilizadas. Han tenido que cargar con ese ‘sambenito’ cuando a estas alturas la mayoría han demostrado que, además de su grandeza (ahí están las palabras de Ortega Lara al conocer la noticia del fallecimiento de su secuestrador, Bolinaga), han tenido criterio propio. Para agradecer el apoyo de algunos partidos. Para denunciarlos cuando se han sentido abandonadas. O para cambiar la orientación de su voto.

Eso ha venido siendo así desde hace mucho tiempo. Desde que empezaron a estar en primera línea porque las necesitaban los partidos para luchar contra el terrorismo hasta que, en 2004, la negociación de Zapatero con ETA les provocó una profunda división que no han superado con el paso del tiempo. De hecho, la crisis que el PP sufrió con la AVT y a veces con Covite ya le pasó factura electoral en los últimos comicios vascos. No es casualidad que este fin de semana la familia y los amigos íntimos rindan honores a Gregorio Ordóñez por su lado y el PP por otro.

La memoria es la tercera columna del edificio de las víctimas del terrorismo. Es una actitud. Que reivindican más activamente ellas, pero que su ejercicio favorecerá a las sucesivas generaciones a las que se debe una explicación, sin manipulaciones ni lugares de sombra, de todos los atropellos que protagonizó ETA.

Ahora que se cumple el vigésimo aniversario del asesinato de Gregorio Ordóñez, vuelven a aflorar los recuerdos de aquel político que nunca agachó la cabeza hasta que se la reventaron los terroristas. De seguir vivo, habría dado mucha guerra. Contra la connivencia con los herederos de Batasuna en las instituciones y dentro de su propio partido. Su legado cívico y político, materializado en la firmeza contra el terrorismo, se proyecta sobre las quejas de quienes exigen al Gobierno del PP mayor decisión contra las presiones de los presos condenados por matar a sus familiares.

Gregorio Ordóñez no vivió la ilegalización del entorno de ETA. Tampoco el final prolongado de una banda que, tres años después de haber dejado de matar, se resiste a desaparecer. A él lo silenciaron las balas. Por su empeño en no ceder, lo eliminaron. Hemos avanzado en todo este tiempo. Pero todavía falta mucho para lograr ese País Vasco libre y democrático con el que soñó.