Gregorio Morán-Vozpópuli
- El realismo se ha vuelto subversivo. Caben sólo dos opciones: el pesimismo, que lleva aparejado ser tildado de reaccionario, o el optimismo, reservado para quienes defienden al Gobierno
El realismo se ha vuelto subversivo. Caben sólo dos opciones: o el pesimismo, que lleva aparejado ser tildado de reaccionario y colindante con la extrema derecha… o el optimismo, reservado para quienes defienden al Gobierno. No hay sitio para otra cosa, porque el realismo es observado con ojo avieso por cada una de las partes. Somos cómplices. Escribir que estamos afrontando una quiebra económica, social y política no deja de ser puro realismo. Luego viene la segunda parte, que consiste en si esa quiebra puede abordarse para ir saliendo de ella o si no es otra cosa que el destino, que últimamente nos aplica despiadadamente el Principio de Peter: lo que es susceptible de empeorar siempre empeora.
No conozco a nadie que prometa “sangre, sudor y lágrimas” antes de la batalla. En general los gobiernos tienden al suministro de papilla para niños malcriados, siempre temerosos de que sus delicados estómagos lo vomiten. En nuestro caso estamos alcanzando un nivel pavoroso de idiotización: nuestro presidente se monta una actuación con palanganero de excepción interpretando a Beethoven, nada menos que la Novena y al piano, como ya había hecho Liszt el temerario hace casi dos siglos. Como la memoria se perdió hace unos años, da lo mismo. Díganme ustedes qué sentido tiene, fuera del narcisismo, montar este show de exhibicionismo para quien ni sabe cantar, ni sabe contar, a quien se le agotan las mentiras por más que ensaya. ¿Graciosadas? No lo sé, pero el ambiente no está para chistes.
Aún no salgo de mi asombro, necesito tiempo para asimilarlo. Un sermón celestial con presencia de los poderes económicos de España, a los que en esta ocasión les vendría al pelo la arcaica definición de “lacayos del capital”, porque de no ser por las necesidades que tienen de “pillar” algo de la rebatiña de millones que se prometen, no tendría sentido que acepten la humillación, haciéndoles esperar casi una hora, sin derecho a decir esta boca es mía; todo sólo y exclusivamente por aumentar o sanear los balances ante sus accionistas. La servidumbre de los ricos es mucho más llamativa cuando la provoca un tipo por el que sienten un desprecio omnímodo y un alternativo temor de que los arrastre al pozo donde él saldría quitándose el polvo de la americana y ellos chapoteando en los tribunales.
El optimismo hoy más que nunca es patrimonio del poder político. De no ser así no se entendería por qué todas las informaciones de nuestros medios de incomunicación van redactadas en tiempo futuro
El optimismo hoy más que nunca es patrimonio del poder político. De no ser así no se entendería por qué todas las informaciones de nuestros medios de incomunicación van redactadas en tiempo futuro. Futuro perfecto e imperfecto, según nos enseñaban en la escuela. El Gobierno conseguirá… El Gobierno distribuirá… El Gobierno promoverá… El presidente Sánchez y el vicepresidente segundo Iglesias relanzarán… Todo es futuro. El presente se ha borrado de las noticias por más que en ocasiones se filtre entre las fisuras del muro infranqueable y nos enteremos al bies de que nos acercamos a los 50.000 muertos contabilizados. No me atrevo a deslizarme hacia los pesimistas para imaginar los que han fallecido sin contabilizar. Nadie se lo ha preguntado a quienes se dedican al oficio tan necesario como siniestro de contar cadáveres. A lo peor resulta que las estadísticas más fiables las suministran las empresas funerarias; sería como una apuesta por Berlanga y Chumi Chúmez, tan actuales y tan poco recordados.
Detengámonos en el show de Sánchez y Beethoven, ¡qué menos que la genialidad se reconozca por parejas! Los miles de millones de euros que vendrán de Europa, como antaño los tíos venían de América, se dedicarán prioritariamente a la “inversión verde” y a la blanca “transición digital”. Teniendo en cuenta que nuestra frágil economía sobrevivía en los grises, ¡cómo demonios van a cambiar de color sin disfrazarse de mendigos! Y de llegar el maná europeo, ¿cuándo será? Si ellos aseguran que en abril del próximo año, de qué modo no estaremos con la economía en bancarrota cuando nos saluden esos Reyes Magos que no vienen de Oriente sino del frío norte continental. En primer lugar, pongamos que vengan, hay que suponerlo; en segundo, que no ocurra como los ERTE y los ERE, que son como la lotería; tocan si es que juegas. ¿Y luego?
Como no existe el presente, todos son ilusiones que se hacen los que lo tienen asegurado y para ellos no cuenta. ¿Nadie se ha planteado en estos tiempos de pandemia económica que se reduzcan los gastos del Estado? ¿Una reducción, por ejemplo, del número de asesores, ministerios, funcionarios que ahora sólo cogen el teléfono cuando les peta? La frase más oída en los últimos tiempos es compuesta: “Nuestros teléfonos están saturados, tenga la bondad de llamar en unos minutos o envíenos un correo, etc., etc.” Algo debe de estar pasando para que de pronto el teléfono sea otro medio de incomunicación, en este caso desesperante, y me temo que sarcástico.
Si los titulares de los periódicos, contraviniendo las reglas del periodismo informativo, están escritos en tiempo futuro, hemos de convenir que nos hemos convertido en redactores de horóscopos
Si los titulares de los periódicos, contraviniendo las reglas del periodismo informativo, están escritos en tiempo futuro, hemos de convenir que nos hemos convertido en redactores de horóscopos. Yo he conocido en mi recorrido por los periódicos a algunos redactores de horóscopos, en general cachondos mentales que jugaban a divertirse y cobraban por camelar a cándidos; incluso encontré a una redactora de horóscopos, argentina porteña por más señas, que se lo creía y tenía muy puesta su profesionalidad de arúspice, que se decía en tiempos de los dioses múltiples de romanos implacables. Pero esta conversión del periodismo en horóscopos políticos me tiene mosqueado, porque lo hacen en la creencia, o tras la gratificación, de la ayuda al Poder y alimentan de paso el ánimo alicaído de la ciudadanía. Contadores del cuento de la lechera que ni siquiera llevan el cántaro lleno para prometerse altas metas.
Ser realista es pensar que no está nada claro que este Gobierno sea capaz de engatusar a los pagadores europeos, que están en su derecho de cobrárselo, ¡es el mercado, amigo! Muy simples han de ser para dejarse afanar unos miles de millones por unos individuos dentro de toda sospecha y a los que ninguno de nosotros prestaría ni un puñado de euros para cosa tan digna como vicios. Entretanto, la vida sigue. La gente continúa leyendo horóscopos; calibrando el volumen de las mentiras, no su verosimilitud; descreídos de que se desploma la economía un 11% aún antes de llegar a diciembre pero que el año que viene subiremos un 7,2%, lo que tiene el mismo valor que Beethoven en un sarao para sordomudos. Entiendo por qué el realismo acaba siendo subversivo. Ellos lo saben; es su única certeza.