Esteban Hernández-El Confidencial
- Un error evidente de nuestros dirigentes es abrazarse a los economistas y a sus soluciones mágicas. Hace falta mucha más economía política y un plan de país, no medidas aisladas
Un error evidente en la mentalidad política y económica de nuestro tiempo es abrazarse a los impuestos como solución definitiva. Si hay un problema, se grava esto o aquello, o se reducen aquí o allí, y se afirma que, de ese modo, todo quedará arreglado. Ocurre con los impuestos igual que con la introducción de dinero en la economía, que es el otro mecanismo de resolución de problemas a los que nuestros dirigentes se acogen. Con ambos se cae en la misma ceguera, tomar los instrumentos como si albergaran magia en su interior.
Esta forma de pensar está causada por el obvio error de dejar la política económica y la economía política en manos de economistas, y más todavía de aquellos que hoy tienen mayor prestigio, que son muy dados a proponer muchas medidas para no cambiar nada. Los problemas que tenemos pertenecen mucho más a la categoría ‘economía política’, y por lo tanto deberían abordarse de una manera mucho más amplia, con mayor visión y con una idea de conjunto, en la que los economistas podrían participar, pero que deberían estar lejos de dirigir.
Si esa era la intención…
Como no sucede así, seguimos empantanados en errores recurrentes: la introducción de dinero en la economía, como ha ocurrido todo este tiempo a través de la acción de los bancos centrales, y especialmente con el ‘quantitative easing’, debe realizarse con un propósito, con una finalidad y con una visión claras, y como no ha ocurrido así, lo único que conseguimos es agravar los problemas, salvo momentos de alivio monetáneos. Crear enormes cantidades de capital para seguir haciendo lo mismo con él, como es destinarlo al ámbito financiero en lugar de introducirlo de manera decidida y contundente en la economía real, supone que los ricos se hagan más ricos y todos los demás tengamos un nivel de vida declinante. Si esa era la intención, podemos decir, a tenor de los efectos que se han producido en los últimos 18 meses, que se ha conseguido plenamente.
Los impuestos a los ricos aparecen como ideas brillantes, después se deslucen y al final acabamos pagando todos los demás
De los impuestos podríamos señalar algo parecido. No se trata de de coger recursos de una parte y ofrecérselos a otra, como se está proponiendo con el impuesto que Escrivá ha apuntado. Conseguir recursos es necesario, pero siempre con un objetivo definido, con una intención decidida de cambiar el rumbo, lo que no puede hacerse más que desde una visión clara, desde un plan de país, no con el simple desplazamiento de capital de un lado hacia otro.
A derecha y a izquierda
Todos estos anuncios de ‘vamos a gravar a los ricos’ poseen una narrativa similar: aparecen como ideas importantes, sus términos se van desluciendo, se rebajan las pretensiones y al final, acabamos pagando los de siempre, es decir, las clases medias vía impuestos directos y las trabajadoras mediante los indirectos. Mi desconfianza alcanza a los dos lados del espectro político: cuando la izquierda dice que va a hacer que los ricos paguen más, tiendo a pensar que al final nos van a subir los impuestos al resto; dado que no hay valor político para apostar decididamente por ello, y a veces ni siquiera instrumentos de fuerza para conseguirlo, y como el objetivo es incrementar la recaudación, ya sabemos lo que terminará ocurriendo. Cuando la derecha afirma que va a rebajar los impuestos, tengo claro que, dadas las necesidades de recaudación, los bajarán a quienes más tienen y nos los subirán a los demás, en general por el camino de los impuestos indirectos, porque es lo que llevan mucho tiempo haciendo y no parece que vayan a cambiar a estas alturas.
Buena parte de los impuestos no irá destinada a la sanidad y la educación públicas, sino al pago de la deuda, que es ya muy elevada
Subir impuestos a quienes más tienen es una necesidad, y no por un afán de castigo, como afirman sus críticos, sino por un criterio de eficacia, la economía del ‘trickle down’ no funciona, y por otro de justicia: los millonarios, y cuantos más millones tienen peor, pagan mucho menos proporcionalmente que el resto de los ciudadanos españoles, como ocurre, en general, en Occidente. Pero una vez que eso queda claro, viene la segunda parte: qué se va a hacer con ese dinero. Y lo importante es estos instantes es impulsar sociedades que están declinando, tanto en lo laboral como en lo social y en lo territorial. Habría que invertir ese proceso, creando opciones donde no las hay, generando empleo, impulsando la actividad económica real y generando convicción en que de verdad hay futuro. Y para eso hace falta un plan sólido y una visión de país, no podemos seguir argumentando que los impuestos van a servir para reforzar la sanidad y la educación públicas, porque no es cierto, estamos en otra clase de economía política. Las décadas anteriores nos lo han demostrado, con el continuo deterioro de los servicios públicos, y en esta será peor, porque buena parte de lo recaudado va a destinarse a sufragar una deuda muy elevada. De modo que necesitamos otra cosa, muy diferente, que pasa por los impuestos a los ricos, pero que no puede agotarse ahí.
Lo que España necesita
Y eso es válido también en el nivel territorial. La idea apoyada por Escrivá de que la Comunidad de Madrid compense al resto de España mediante el gravamen de las rentas más altas por los efectos económicos de su capitalidad y por la progresiva acumulación de riqueza y poder político, puede sonar bien, pero es absurda, por la simple razón de que, sin un plan detrás, no consigues efecto positivo alguno. En dos direcciones: la esencial es que si se van a conseguir recursos, que son necesarios para tener una España más cohesionada, lo que se necesita es un plan de país que impulse distintas zonas, pero también al país mismo. España necesita ganar músculo económico, y ese debe ser el objetivo. Necesita un entorno mucho más productivo y mucho menos ligado al rentismo, y los recursos que se consigan deberían ir orientados en esa dirección, con las obvias repercusiones positivas que generarían en muchas regiones. En realidad, las desigualdades territoriales se parecen mucho a las sociales, y la manera de arreglarlas también tiene mucho en común.
Si las rentas altas madrileñas salen beneficiadas por la capitalidad, el resto de los madrileños salimos perjudicados por esa misma causa
La segunda objeción tiene que ver con una sensación de agravio diferente. Si las rentas más altas madrileñas salen beneficiadas por los efectos de la capitalidad, el resto de los madrileños salimos perjudicados por esa misma causa: los lugares en los que hay trabajo suelen tener unas condiciones de vida más caras, ya que el coste de la supervivencia es mucho mayor, lo que lleva a que buena parte de las poblaciones madrileña o barcelonesa vivan peor con el mismo salario que otras zonas de España. Como no serán las clases ricas las que paguen la factura, ya que esa es la dinámica general -los ricos de verdad tienen múltiples mecanismos para escaparse de una tributación justa, y ni el PSOE ni el PP tienen intención verdadera de cambiar eso-, el resultado terminaría siendo el de siempre. El coste político de este malestar es fácilmente imaginable.
De modo que quizá deberíamos dejar de pensar en términos puramente económicos y comenzar a hacerlo desde la economía política, con todo lo que implica ese giro. Y una vez que eso ocurra, y que tengamos una visión clara, es cuando las cosas podrían empezar a arreglarse. No se trata, pues, de la bondad o futilidad de una medida en concreto, sino del contexto en el que se aplica y del objetivo final. Y eso es lo que nos falta.