IGNACIO CAMACHO-ABC
- La democracia no es una función de entretenimiento, ni el Parlamento el escenario de un simulacro de pelea de perros
Es todo un síntoma del estado de anormalidad de la política española que tanto el PP como el PSOE hayan negado un pacto de no agresión en las comisiones investigadoras, que consistiría en abstenerse por ahora de llamar a Sánchez ni a su esposa, de una parte, y a Feijóo y el novio de Ayuso de la otra. Al margen de que el PP acaso tenga más que perder en esa transacción, el pacto existe, tácito o explícito, y tiene cierta perversa lógica en la medida en que ambos bandos saben que esas presuntas investigaciones sólo sirven para lanzarse mutuamente toneladas de escoria. Lo cual conduce a la conclusión reveladora de que los partidos sistémicos utilizan el Congreso y el Senado como cajas de resonancia de maniobras espurias y/o hipócritas. Los demás también, por supuesto, pero los de mayor peso específico están obligados a mantener una actitud más decorosa, a no insultar la inteligencia de los ciudadanos y a tratar a las instituciones con la debida consideración en el fondo y en formas.
Se puede entender que los líderes del Gobierno y la oposición limiten el uso de armamento político grueso y dejen alguna puerta entreabierta a una mínima posibilidad de entendimiento. Lo que se hace más difícil de aceptar entonces es que azucen a sus subalternos para que se destrocen convirtiendo el Parlamento en el ruedo de una pelea de perros. Esa actitud delata una absoluta falta de respeto a los mecanismos de control y a unos votantes despreciados como espectadores y comparsas de un espectáculo fraudulento, carnaza para redes sociales, tertulias y demás maquinaria estimuladora del reflejo sectario de los respectivos prosélitos. La escena pública como mera ficción, como palestra de un simulacro deshonesto destinado a excitar los instintos del electorado para arrastrarlo a la dinámica tóxica del desencuentro. La democracia como una función de entretenimiento en cuyo guión bipolar resulta imprescindible negar cualquier atisbo de acuerdo.
Los pactos no constituyen nada de lo que un dirigente deba avergonzarse. Al revés, son necesarios y deseables y lo que se echa de menos en España es precisamente un sentido de Estado para trazar compromisos estratégicos transversales. El problema viene cuando se agitan atavismos ideológicos, pulsiones cainitas y desavenencias de toda clase mientras las cúpulas partidistas se conciertan para proteger sus esferas personales. Cuando se crean artefactos políticos con el teórico objetivo de depurar responsabilidades sin otra intención real que la de arrojarse acusaciones recíprocas con la televisión delante. Cuando se proclama la determinación de conocer la verdad pero cuidando mucho sus efectos y su alcance. Cuando se atiza el fuego de la furia popular y de repente sobreviene el pánico a quemarse. Cuando se pacta a cencerros tapados lo insignificante pero faltan voluntad y coraje para pactar a plena luz y a lo grande.