Francesc de Carreras-El Confidencial
- Nada de los que vimos en aquellos tensos momentos de la tarde del jueves pasado era serio. Desgraciadamente, reflejaba lo que hoy es la política en España
El problema no es un voto mal emitido, el problema es que un decreto-ley sobre la reforma laboral, al que se ha dado tanta trascendencia, dependa de un voto. Nuestros partidos, y la mayoría de las opiniones vertidas en los medios de comunicación, consideran que nuestra democracia es de mayorías, incluso llevando esta concepción hasta su máximo extremo: se puede ganar o perder por un voto.
Sin embargo, en una democracia deliberativa, en una democracia que funcione de acuerdo con los principios básicos que la conforman, y más especialmente todavía en cuestiones trascendentes, los partidos y los políticos deben saber que en una norma decisiva, quizás la más importante de esta legislatura, tal como se dijo, el objetivo es llegar a un acuerdo, a un pacto, a un consenso. Los sindicatos y la patronal han sido un ejemplo de ese tipo de democracia. Los partidos políticos, a derecha e izquierda, un contraejemplo.
Desde el PSOE ven a Yolanda Díaz como un peligro porque el vigor de sus ideas socialistas amenaza con restarles apoyo electoral
Lo explicó muy bien la vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo Yolanda Díaz, que el jueves en la cámara se tomó la democracia en serio y pronunció un discurso político al que hay que prestar mucha atención. Naturalmente, se trata del discurso de una representante del Gobierno que en ciertos momentos utilizó expresiones exageradas, de una demagogia truculenta, explícitamente contra el PP, implícitamente contra las fuerzas de izquierda que votaron no.
Pero sabemos también que esta emergente política debe guardarse las espaldas porque está situada en un fuego cruzado. Por una parte, dentro de su partido, ya que es de Unidas Podemos aunque su labor no tenga nada de populista y es ajena del todo al estilo de Pablo Iglesias. Pero, por otra parte, dentro del mismo PSOE, un partido sobrado de tácticas, pero vacío de ideas, aparte de que la conservación del poder —y los puestos de trabajo— es lo único importante, ya que ven a Yolanda Díaz como un peligro porque el vigor y claridad de sus ideas socialistas amenazan con restarles apoyo electoral.
No entraré en el contenido del decreto-ley que explicó la ministra de forma argumentada porque no tengo conocimientos suficientes, ni sobre economía ni sobre derecho laboral, para dar una opinión solvente. Otros articulistas de El Confidencial, mejor preparados en estas materias, expondrán con mejor criterio sus opiniones sobre el decreto-ley y los argumentos de la ministra para que ustedes, lectores, puedan informarse mejor.
Escribo este texto, sin embargo, con la confianza que me da una norma que ha sido pactado por los agentes sociales, por sindicatos y empresarios. Un pacto está basado siempre, por definición, en ciertas renuncias de las partes, por ello es un pacto, pero que estos agentes sociales se hayan puesto de acuerdo me hace presumir que los disparates no pueden ser muchos. Sin embargo, como digo, no entraré en cuestiones de fondo, pero sí quiero destacar ciertas preocupaciones críticas expuestas por la señora Díaz respecto a los políticos, a los partidos y a la forma de hacer política en la España actual.
En primer lugar, expresó su agradecimiento a sindicatos y patronales, así como a los partidos que apoyaban la reforma, pero sobre todo mostró su decepción por no haber logrado un consenso con los partidos contrarios a la misma, que hubiera respaldado su eficiencia social. «Queríamos una norma de consenso», dijo, «hemos estado negociando durante meses para que ello fuera así porque cuando hay consenso una ley se convierte en una «norma de país».
Pero sobre todo expresó su decepción con los partidos que negaban el voto a la reforma porque, dijo, «no he logrado hablar con ellos del contenido de la norma, no he logrado trasladarles lo que conlleva este decreto-ley porque solo he escuchado preguntas personales, huecos, maquillaje, una norma insignificante, una norma que no cambia nada». Todo ello para concluir: «me apena que el debate se sitúe en las rivalidades partidistas, me entristece». Y dando prueba de su pragmatismo reformista se expresó así: «Concibo la política como un cambio para mejorar la vida de la gente, de las personas trabajadoras (…), si una norma contiene avances hay que votar a favor». ¡Qué lejos de aquel demagógico asalto a los cielos que pregonaba Iglesias!
La política, entendemos, no es una carrera de 100 metros vallas sino una carrera de 10.000 metros o una maratón
Y ya en la fase final de su discurso dedicó unas palabras a su concepción del modo de hacer política en una democracia parlamentaria. «El pacto —dijo— es una gran lección para la política porque justamente es la política: diálogo, negociación permanente, tejer acuerdos, hacer síntesis, eso es la política. La política no es el «no por el no» [¿una alusión a Sánchez?], no es el partidismo, no son los insultos, la política es cuidarse, llegar a acuerdos aunque uno a veces no consiga el 100% de sus objetivos». En este caso, los agentes sociales han hecho política, no muchos partidos, de izquierdas o derechas, no por el hecho de votar a favor o en contra sino porque ni siquiera han querido discutir. Pactos, ninguno.
La política, entendemos, no es una carrera de 100 metros vallas sino una carrera de 10.000 metros o una maratón. Hay que pensar desde el minuto uno el desgaste del cuerpo que te puedes permitir para llegar a la meta como ganador, indemne y sin tropezones. La táctica es necesaria, pero lo imprescindible es la estrategia y, sobre todo, no hay que confundir la una con la otra. Esto no lo han entendido los actuales políticos españoles, sean del partido que sean.
Los que el jueves pasado se abrazaban como hooligans del fútbol, con unos segundos por en medio lo hicieron las dos grandes formaciones políticas, actuaban como si el Real Madrid hubiera marcado el gol decisivo que le daba el triunfo en la Champions en el último minuto del partido. En el fútbol eso está bien, todo es emoción. Pero en la política lo importante son las razones y los argumentos. Nada de los que vimos en aquellos tensos momentos de la tarde del jueves pasado era serio. Desgraciadamente, reflejaba lo que hoy es la política en España.