El país de la componenda

EL ECONOMISTA 27/04/13
NICOLÁS REDONDO TERREROS

El enérgico esfuerzo de la clase política española desde el primer mandato de Zapatero para convertir el lenguaje en un instrumento del combate político ha culminado en el conflicto entre los que esgrimen las reformas como estandarte de su programa político, y los que intuyen que detrás de las banderas reformistas solo hay recortes, recortes y más recortes. Cierto es que los combatientes pueden cambiar con facilidad de bando, según estén en el gobierno o en la oposición. La dialéctica en la que nos encontramos, en la que no se busca la verdad, impide una razonable adaptación de nuestra administración y de nuestros comportamientos, tanto personales y privados como públicos y comunitarios, para salir de la crisis económica y conseguir solvencia como país, confianza y seguridad social.

En España pasan largos periodos de tiempo en los que el pecado no es obrar mal o erróneamente, sino obrar, hacer. Periodos a los que siguen otros de actividad frenética, un tanto caótica y en ocasiones pasadas también sangrienta. Esos momentos convulsos seguidos por largos periodos de inanición pública han sido característicos de nuestra historia. Hoy la crisis económica, que ha puesto al descubierto un debilitamiento del crédito de las instituciones, nos propone un esfuerzo nacional, arrimando todos el hombro según sus capacidades, pero algunos se conforman con un aprovechamiento un tanto impúdico de la situación por las que pasan millones de ciudadanos, con hacer lo menos posible para no enconar más a sectores determinados que hoy podemos considerar privilegiados o, por último, con proclamar soluciones irrealizables, porque a todos les une una incapacidad radical para negarse, para decir, cuando así lo consideran, sencillamente «no». Hoy es regla generalmente aceptada no oponerse a nada ni a nadie.

Todo ello me hace recordar al príncipe Fabrizio, el Gatopardo -la vagancia intelectual nos ha llevado a reducir inadecuadamente la gran obra de Lampedusa a la popularizada y cínica frase de Tancredo, sobrino del protagonista, «si queremos que todo siga igual es necesario que todo cambie»- refiriéndose no solo a Sicilia sino a toda Italia: «sucederían muchas cosas, pero todo sería una comedia ruidosa, violenta, pero romántica comedia, con una que otra mancha de sangre en los ridículos disfraces… Este es el país de la componenda». Nosotros nos podemos considerar los campeones de la componenda, con intervalos insurreccionales o, como diríamos hoy en día, anti-sistemas. Contrasta la algarabía en la que discurre el debate sobre nuestra situación con la escasa acción para adaptarnos a nuestra realidad apremiante.

Mientras los grupos políticos y sociales más radicales ocupan más espacio en la vida pública española, los partidos mas importantes del país oscilan entre el seguidismo y el tancredismo. El partido del gobierno gasta una gran parte de su energía en encontrar la forma de hacer tortillas sin romper huevos y el más numeroso de la oposición persigue a los que están a su izquierda -confirmando la celebérrima paradoja de Zenón, en la que puso a correr a Aquiles tras la tortuga-, disfrazándose de una indignación tan sobrevenida como increíble. Entre tanto, las expectativas económicas no mejoran, las instituciones se ven menoscabadas por intrépidos aventureros y pusilánimes irresponsables incapaces de defender lo que creen o piensan, y la falta de sintonía entre los partidos, se convierte en una seña de identidad deseada.

El presidente del gobierno tendría un apoyo más extenso que el mantenido después de un año de gobierno -son muchos los ciudadanos, con posiciones ideológicas contrapuestas pero moderadas, los que estarían dispuestos a apoyar a quien pusiera un poco de sentido común, de armonía, de justicia en los esfuerzos imprescindibles que todavía nos restan por llevar a cabo- si fuera capaz de construir un discurso general, con voluntad de integración, sobre las necesidades de la nación. Y justamente lo mismo podemos decirle al jefe de la oposición, hoy tan prisionero del pasado como debilitado por las ambiciones sectarias que se han adueñado de su partido.

Nicolás Redondo Terreros, presidente de la Fundación para la Libertad.