El panteón comunista

LIBERTAD DIGITAL 01/12/16
CRISTINA LOSADA

· Fidel Castro fue un diosecillo menor en el Olimpo comunista, tanto en lo intelectual como en su influencia sobre el devenir del comunismo.

Una de las grandes paradojas del comunismo se ofrece a la vista en su simbología, en los estandartes que reúnen las efigies de sus grandes héroes. Tal enaltecimiento del héroe resulta cuando menos extraño en una ideología que exalta lo colectivo y cree en unas leyes históricas que rigen al margen de lo que hagan o dejen de hacer los individuos. Y, sin embargo, el culto a la personalidad, que fue la noción a la que recurrió Jrushev para armar una crítica a Stalin que separara a la ideología de sus obras, es un rasgo consustancial a los regímenes comunistas. Los que no tuvieron héroes propios a la altura de los grandes rindieron culto a los dioses bajo cuyo influjo y dominio se encontraran.

Fidel Castro fue un diosecillo menor en el Olimpo comunista, tanto en lo intelectual como en su influencia sobre el devenir del comunismo. Si se elevó a ese podio fue porque apareció cuando ya había comenzado la disgregación del sistema comunista internacional, y la única renovación del banquillo posible venía de incorporar figuras exóticas vinculadas a las luchas de la descolonización, como Mao, Ho Chi Minh, él mismo y Guevara. A medida que se quebraba la fe en la Unión Soviética, la fe en la idea comunista fue buscando refugio en esos hombres y los regímenes que establecieron.

Fuera Castro un diosecillo menor o no, de lo que habrá poca duda es de que en la dictadura cubana se ha dado el culto a la personalidad de un modo particularmente intenso en la forma y extenso en el tiempo. Y como no hay regímenes identificados con la existencia de una persona que permanezcan tal cual cuando esa persona desaparece, la cuestión es si puede haber castrismo sin Castro. Deberíamos decir que no, que cambiará, que se reformará de una u otra manera, porque es lo que ha sucedido siempre en esos casos. Pero hablamos de comunismo.

El comunismo ha demostrado a lo largo de su historia su incompatibilidad con la reforma: su núcleo es irreformable. El comunismo puede ser compatible con la restitución de ciertos elementos de mercado, y es perfectamente compatible con el nacionalismo. Pero no admite flexibilidad alguna en dos aspectos: la ideología y la libertad política. El comunismo liberal fue una fantasía de algunos comunistas –los de Europa Oriental que intentaron el socialismo de rostro humano– y de no pocos en las democracias occidentales. Cuando Gorbachov implantó algo más de libertad política, lo que hizo fue cavar la tumba definitiva de la Unión Soviética. La ideología comunista como fundamento de un Estado no sobrevive a la libertad y al pluralismo.

Esa lección la aprendieron bien los comunistas chinos. Y tiene pinta de que también la han aprendido los comunistas cubanos. Castro ha entrado en el panteón comunista muchos años después de que la idea comunista fuera enterrada. Si pudo sobrevivir tanto tiempo a la muerte de la idea fue gracias al miedo y al silencio que causa el miedo. Es improbable que sus sucesores renuncien a esas garantías de supervivencia.