GAIZKA FERNÁNDEZ SOLDEVILLA-EL CORREO

  • Los terroristas no están predestinados a asesinar, secuestrar o extorsionar. Lo hacen de manera consciente tras desechar otras vías para lograr sus objetivos

Pese a que España fue uno de los países occidentales más golpeados por la tercera oleada internacional de terrorismo, el mundo universitario tardó en abordar el fenómeno. Inauguraron su estudio académico las obras sobre ETA de José María Garmendia (1979-1980) y Gurutz Jáuregui (1981). Solo un puñado de investigadores siguieron sus pasos a lo largo de la década de los ochenta, aunque se multiplicarían en la siguiente.

Como sucedía en bastantes campos del conocimiento, en Estados Unidos iban por delante. Especialistas como David C. Rapoport y Paul Wilkinson empezaron a despuntar en los años setenta. Al igual que otras disciplinas, esta estaba muy masculinizada, pero precisamente fue una mujer quien le dio un giro decisivo. En octubre de 1981 la politóloga Martha Crenshaw, profesora en una Universidad de Connecticut, publicó en la revista ‘Comparative Politics’ un artículo que tituló «The Causes of Terrorism». Se trata de uno de los trabajos sobre violencia política más influyentes y citados de la historia.

Crenshaw estableció el paradigma de la elección deliberada: en cuanto actores racionales, tanto la organización como los individuos que la componen escogen intencionadamente el terrorismo como estrategia para conseguir sus objetivos. Y lo hacen de manera consciente, tras desechar otras alternativas que creen más costosas o menos efectivas para sus propósitos. Tal decisión se toma bajo el influjo de unas circunstancias concretas, tanto materiales como emocionales, que en ningún caso se obvian, pero a la postre lo que más pesa es la voluntad humana. En definitiva, los terroristas extorsionan, amenazan, secuestran, hieren y asesinan a otros seres humanos porque consideran que es el mejor medio para alcanzar sus metas, sean estas las que sean.

Por consiguiente, no están predestinados a hacerlo, ni han perdido el juicio, ni son autómatas, ni marionetas, ni víctimas del sistema. Por mucho que resulte una explicación atractivamente simple para nosotros o por mucho que ellos mismos se escondan detrás de una u otra excusa cuando producen daño, los terroristas son los únicos culpables de sus crímenes. No hay eximentes. El «Estado» no obligó al etarra ‘Txabi’ Echebarrieta a matar a José Antonio Pardines en 1968 o a Henri Parot a imitarle 39 veces posteriormente. España no estaba a punto de romperse en la Transición cuando una parte de la extrema derecha empezó a asesinar. El proletariado nunca requirió a los GRAPO que dejasen más de noventa víctimas mortales. Las bombas de los GAL no fueron una reacción ineludible a ETA. Y la supuesta «cruzada» de Estados Unidos y Europa contra el islam no fue la razón de los atentados yihadistas de 2004 y 2017.

Tampoco se puede responsabilizar de los actos de los terroristas a las palabras de personajes históricos como Sabino Arana, Karl Marx o Mahoma. Los textos fundacionales de un movimiento no determinan la acción de sus seguidores, sino que permiten lecturas divergentes. Así, la que hicieron los primeros etarras del aranismo distaba de ser inevitable. El mejor mentís es la trayectoria institucional del PNV. Stalin interpretó el marxismo en clave totalitaria, pero la socialdemocracia lo hizo de manera democrática. La Biblia ha sido utilizada tanto para justificar la violencia -la Inquisición, las guerras de religión, la colonización, etc.- como para inspirar actos de generosidad y entrega a los demás. Lo mismo se puede decir del Corán.

A mi parecer, el análisis del caso español avala el paradigma de Crenshaw. Durante la dictadura, la mayoría del nacionalismo vasco descartó la vía de las armas, lo mismo que en el tardofranquismo y la Transición hicieron el grueso de los nacionalismos gallego y catalán, de la extrema izquierda y de la ultraderecha. Únicamente grupúsculos marginales decidieron realizar atentados terroristas. Pese a soportar idénticas condiciones, tener los mismos modelos internacionales, basarse en los mismos textos sacralizados y estar condicionados por similares parámetros ideológicos y emocionales, la mayoría de los individuos no optaron por la violencia.

Después de años escribiendo y recibiendo todo tipo de premios y distinciones, Martha Crenshaw ha terminado su carrera profesional como profesora emérita de la Universidad de Stanford. Puede que apenas haya sido leída fuera del círculo de expertos en la materia, pero su relevancia científica es indiscutible y su labor merece ser reconocida. No solo fue una mujer pionera en los estudios sobre el terrorismo, abriendo camino a muchas otras, sino que trabajos como el que publicó hace ya cuarenta años nos siguen ayudado a comprender algo tan básico y a la vez tan importante como las causas del terrorismo.