Iñaki Ezkerra-El Correo
- Si de cara al 23-J los bandos están más claros que nunca, ¿a qué viene el disimulo?
Pese a lo nítidos y obvios, lo inequívocos, lo perfilados y lo polarizados que se presentan los dos frentes que concurren a las urnas del 23-J, estas son las elecciones del paripé en las que todos los políticos parecen empeñados en hacerse los borrosos, los ambiguos, los que no lo tienen claro. Como si dudaran hasta de votarse a sí mismos. Hace un paripé Sánchez fingiendo que entrevista a Escrivá y que se sorprende ante las respuestas que él mismo le ha dictado. Hace un paripé Ione Belarra simulando una solidaridad con Irene Montero que no la lleva a renunciar a su puesto en la lista de Yolanda. Hace un paripé Yolanda negando que haya puesto el veto a esa patata caliente en la que se ha convertido la ministra de Igualdad. Hace el paripé Olona en ese viaje izquierdista al centro de Marte que inició con una peregrinación a Santiago de Compostela. Y hace también el paripé el PP de Feijóo representando el papelón de que no quiere saber nada con Vox, cuando todos sabemos que no le quedará otra que apoyarse en Vox para hacer gobierno en el caso de que se cumplan sus mejores expectativas, que no son las de la mayoría absoluta.
Sí. Uno ya es que ni entra en el tema ideológico. Desaparecido C’s del actual mapa electoral, ¿con quién va a poder pactar el PP si no es con Vox? ¿Con el PSOE? ¿Con Podemos? ¿Con los nacionalistas? A escala regional, es esa obviedad la que vuelve quimérica la escrupulitis de María Guardiola y la aboca a un más que probable callejón sin salida o, mejor dicho, a una salida hilarante del callejón en que se está metiendo. Y es que, si se produce una reedición de las elecciones extremeñas, habría una posibilidad aún más ridícula para ella que la de perderlas: que los resultados fueran similares y tuviera que formar gobierno con el mismo apoyo de Vox, al que hoy hace ascos. No sé si Guardiola ha contemplado esa grotesca tesitura de tener que desdecirse de la presunta integridad de la que ahora alardea so pena de renunciar a la ansiada presidencia de la Junta en nombre de una coherencia que nadie le agradecería y que la enterraría políticamente. Yo es que me pongo en su lugar y, por mucho que me repateara el partido de Abascal, el mero hecho de tener que considerar esa nada lejana posibilidad ejercería sobre mí un efecto disuasorio.
La pregunta es obligada: si no ha habido, en toda nuestra reciente etapa democrática, unas elecciones tan plebiscitarias como estas a las que nos ha traído el sanchismo; si las partes en pugna, los frentes, los bandos están más claros que nunca, ¿por qué andan todos haciendo como que pasaban por aquí? ¿A qué viene este paripé, este disimulo, este teatrillo? Yo creo que precisamente al miedo a una derrota tan dramática como es la de un plebiscito.