Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 5/9/12
La inteligentísima imagen con la que Marx enunció en el Manifiesto Comunista el tránsito histórico del feudalismo al capitalismo -la de que todo lo que es sólido se desvanece en el aire- bien podría servir para describir un fenómeno que supongo les llamará a ustedes la atención tanto como a mí: que el problema más grave que sufre este país -el de la existencia de cinco millones de parados- haya desaparecido prácticamente del discurso político, en el que ya permanece casi solo como argumento retórico; y, aunque en menor medida, del discurso informativo, donde nada más algunos medios -el que el lector tiene ante sus ojos, entre ellos- dedican espacio de modo permanente a una realidad que nos tiene sitiados, pero con la que parece que nos hemos acostumbrado a convivir hasta el punto de convertirse en invisible.
Es verdad, claro, que el Gobierno y la oposición siguen hablando del paro. El primero lo hace, sin embargo, como una mera muletilla para justificar una política que no se ve por parte alguna cómo dará lugar a la reducción del desempleo. La segunda como un arma para criticar al Gobierno, aunque sin sentirse obligada a acompañar su gruesa munición de propuestas realistas que pueden situarnos en el camino de la creación de puestos de trabajo.
En realidad, en la guerra contra el paro parece haber sucedido lo que sabemos acaba por ocurrir, antes o después, en las guerras de verdad: que los que no están directísimamente afectados por la situación -los parados y, en nuestra metáfora, los combatientes- tienden a olvidarse de la situación de crisis general que están sufriendo y a buscarse, en consecuencia, la vida como pueden, en la conciencia compartida de que la solución a esa crisis (bélica o económica) no depende de ellos sino de lo que otros han de hacer.
Todo eso resulta, por supuesto, compatible con que en las encuestas que se hacen en nuestro país desde hace años el paro aparezca, muy destacado, como el primer problema nacional. Pero, si hemos de ser sinceros, deberemos reconocer que una cosa es estar preocupado por el paro y otra muy diferente estar parado.
Ambas realidades son tan diferentes que, de hecho, sus evoluciones son opuestas: a medida que pasa el tiempo, la preocupación por el paro, salvo que este afecte a quien nos toca muy de cerca, tiende a encajarse en nuestra vida cotidiana como un hecho sencillamente inevitable; por el contrario, el paso del tiempo conduce al parado a vivir centrado en lo que termina con frecuencia por ser una obsesión.
Una obsesión más terrible y dolorosa por cuanto se sabe vivida en solitario: es decir, en medio de unos ciudadanos que bastante tienen con lo suyo y de una clase política que está más preocupada de cómo afecta el paro a sus expectativas electorales que de cómo influye en el paro su política.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 5/9/12