Aunque un día podamos dar a ETA por desaparecida, sus efectos permanecerán bastante tiempo entre nosotros. Por los daños irreparables causados, y porque la violencia ha condicionado la forma de hacer política, las actitudes sociales y hasta los comportamientos individuales. Nadie debe pretender actuar entonces como si ETA no hubiera existido.
Hace ya más de cuatro meses que ETA perpetró sus últimos atentados consistentes en una serie de bombas en restaurantes de Palma de Mallorca que estallaron días después de haber asesinado a dos guardias civiles en Calviá. Estos cuatro meses representan el plazo más largo sin actividad terrorista desde hace tres años. Una parte de la inactividad etarra es explicable por razones policiales: las operaciones que este verano pusieron al descubierto una parte considerable de los zulos de la banda en Francia han sido factor importante a la hora de provocar la parálisis de ETA durante un tiempo.
Otra parte de la explicación, posiblemente, tiene que ver con la crisis interna de la izquierda abertzale. ETA, que hace unos meses decidió continuar con el terrorismo, se encuentra enfrentada a una parte de su entorno político que quiere controlar y capitalizar el final de la banda. Las espadas están en alto y, de momento, el grupo terrorista no se ha decidido a cometer atentados, tal vez porque teme que si lo hace podría encontrarse con la condena de algunos que hasta ahora le han apoyado incondicionalmente. Tal vez porque no están claras las fuerzas con que cuenta cada bando y es mejor no arriesgarse de momento.
En todo caso, este último parón se añade a la sensación de decadencia de ETA extendida desde hace tiempo en el seno de la sociedad vasca y de manera particular entre la clase política. Un reciente informe de la Fundación Alternativas, vinculada al PSOE, contempla a ETA a largo plazo como un «fenómeno básicamente residual». El PNV, por su parte, perfila estrategias para el día en que la banda haya dejado de existir. El mero hecho de que en las filas de Batasuna haya aparecido contestación al liderazgo de la banda es la mejor evidencia de la debilidad de ETA.
En este momento no hay forma de saber si habrá un día siguiente nítido, si a ETA se le podrá dar por desaparecida a fecha fija o prolongará su agonía durante largo tiempo con apariciones ocasionales y largos periodos de inactividad forzosa. Aunque ocurriera lo primero y una mañana nos levantáramos sabiendo que la noche anterior ETA se había disuelto y liquidado sus limitados arsenales, los efectos de la existencia del grupo terrorista permanecerán durante bastante tiempo en la sociedad vasca. No sólo porque ha causado daños irreparables, sino porque la violencia ha condicionado la forma de hacer política, las actitudes sociales y hasta los comportamientos individuales de una gran parte de los vascos. Nadie debe pretender actuar entonces como si ETA no hubiera existido.
Florencio Domínguez, EL CORREO, 15/12/2009