EL CORREO 18/10/13
JOSU DE MIGUEL BÁRCENA, ABOGADO Y PROFESOR DE DERECHO CONSTITUCIONAL
El proceso soberanista de Cataluña ya tiene unas víctimas políticas claras. Hablamos de los partidos que tradicionalmente han venido dominando el espacio público catalán desde la Transición y la instauración de la autonomía hace más de treinta años. El ejemplo más claro es CiU: toda la dirección del partido asiste impasible ante la destrucción electoral propiciada por las estrategias de Mas y sus adláteres, sin que prácticamente ninguna voz discordante, tampoco entre los comentaristas políticos más autorizados, apunte la posibilidad de que en muchos casos, perder las elecciones y el poder significará también perder el puesto de trabajo obtenido en la maraña institucional en la que se ha convertido Cataluña. De hecho, ante el autismo en el que se han embarcado los dirigentes de Convergencia, en Unió ya se preparan no para una disolución, sino para una posible expulsión de la coalición por falta de sintonía política.
Pero esto es algo normal en los periodos constituyentes y fundacionales. Recordemos la caída y auge del CDS de Suárez y el progresivo proceso de concentración partidista que tuvo lugar en España tras las primeras elecciones democráticas allá por 1977. En la Cataluña de hoy, el eje del discurso político gira ya solo en torno a un tema: la independencia. Este nuevo eje, cambia lógicamente las expectativas de los votantes y produce la aparición de nuevas formaciones y la futura desaparición de otras. Las elecciones del año pasado supusieron, se diga lo que se diga, un terremoto electoral de primer orden. Señaló el camino a la hegemonía de Esquerra, apuntó la irrelevancia de los partidos que pretenden ser transaccionales, como el PSC, y consolidó la posición de Ciudadanos, el partido encabezado por Albert Rivera. Tanto es así, que algunas encuestas señalan que pronto liderará el bloque ‘unionista’.
Hay que aclarar que el término unionista tiene en Cataluña, como en el País Vasco, una connotación muy negativa, pues trata de asociar a los que defienden la legalidad constitucional con la intransigencia y la intolerancia de los protestantes ingleses que en Irlanda del Norte colonizan y por lo visto vienen oprimiendo a los católicos. En este contexto de los no partidarios de la independencia, el terreno electoral se lo juegan el PP, Ciudadanos y aunque no lo parezca, el PSC. Hay que recordar, en este sentido, que el partido de Albert Rivera nació en parte como impulso intelectual y reacción a la traición del primer gobierno de Maragall, que se propuso superar la herencia de Pujol con más nacionalismo. Sin embargo, pese a que su discurso esté anclado en el republicanismo democrático y en el patriotismo constitucional, en Cataluña se suele identificar a Ciudadanos como un partido de derechas (cuando no de extrema derecha). Ya sabemos, como bien nos recordó el otro día Ruiz Soroa, que España no tiene quien la escriba, y ante cualquier duda, hay que identificar siempre la unión con el conservadurismo de la peor calaña.
Sea como fuere, parece claro que a día de hoy el PP ha perdido su sitio en la política catalana. La pretendida tercera vía de Sánchez Camacho, basada en una mejora de financiación que por otro lado siempre ha venido reclamando (como hace el PP vasco con el Concierto), ha quedado neutralizada por dos motivos: el escándalo de espionaje en el que inexplicablemente se halla envuelto también el PSC y la ausencia de un discurso que sea capaz de exponer la enigmática –por no decir inexistente– política de Rajoy frente al problema catalán. Desde luego, si el Gobierno sigue eludiendo el conflicto emergente con el independentismo, resultará indiferente quién lidere el proyecto popular en Cataluña, pues está abocado al fracaso. En el contexto de simplificación política que vivimos, resulta evidente que Rivera, con una dialéctica formidable y una idea clara de lo que es un Estado constitucional, sea federal, autonómico o como quiera llamarse, terminará aglutinando el espacio político catalán no nacionalista, incorporando también muchos votantes socialistas desencantados.
En todo caso, es importante hacer notar que los cambios políticos sufridos en Cataluña determinarán, de forma notable, los próximos procesos electorales en España (para empezar, las próximas elecciones europeas). La desaparición de los dos grandes partidos en el marasmo independentista, hace prácticamente imposible que el PSOE vuelva a ser una alternativa electoral en las elecciones generales. El PP está básicamente en la misma situación. Es por ello que resulta suicida el autismo con el que el PP y el PSOE abordan la cuestión catalana, sin un consenso básico, sin una propuesta de reforma constitucional atractiva y sin un proyecto común de país más allá del parapeto del derecho, que siempre es mucho pero no suficiente. Y es suicida porque lo que está en juego, pese a lo que pudiera parecer, no es solo el Estado o la nación, conceptos que al fin y al cabo tienen una dimensión histórica: lo que está en juego es la propia democracia, que es un valor en sí mismo que no puede ser abandonado a la suerte del populismo, la destrucción del pluralismo político y la dejación de responsabilidades. De momento, los bárbaros ya avisan en Francia, podemos cortarles el paso o, en la mejor de las hipótesis, esperar a que tengamos el desenlace del famoso poema de Kavafis.