Ignacio Camacho-ABC
- A la hora de fracasar, o de resistir, hay maneras y maneras. Y siempre será mejor la de la dignidad que la de la torpeza
Pueden hacerlo peor. Sin esforzarse mucho, sólo con esa mezcla de pánico e incompetencia que se produce en cualquier colectivo humano cuando algo sale mal y cada movimiento para tratar de arreglar el problema lo agrava. Ciudadanos, que nunca fue un partido de estructura sólida, ha entrado en el vértigo de sus propios errores. Arrimadas, intentando explicarse de entrevista en entrevista, es la imagen misma del agobio. Aguado es un alma en pena, desalojado del Gobierno madrileño y sin saber si volverá a repetir en una candidatura que puede convertirse para quien la ocupe en una silla eléctrica. Marín, Cantó, Villacís y otros dirigentes más o menos sensatos vigilan sus espaldas temiendo una puñalada trapera. Y lo de Murcia ha desembocado en un sainete de tránsfugas y ‘tamayitos’ cuya última ocurrencia, la de apelar a los diputados expulsados de Vox, produce vergüenza ajena. En Moncloa, los tahúres profesionales del gabinete de Redondo se deben de estar llevando las manos a la cabeza y maldiciendo el día en que consideraron buena idea pactar con gente tan desmañada e inexperta.
Cs tuvo su ‘momentum’ y lo desperdició. Fue hace dos años, cuando Rivera se vio ante la oportunidad de formar con Sánchez una mayoría de 180 escaños. Se equivocó al dejar pasar aquella mano, aunque el presidente -«¡¡con Rivera no, con Rivera no!!»- tampoco estaba por el trato; los dos soñaban con la repetición electoral para despejar el campo de aspirantes y medirse cara a cara como únicos adversarios. La jugada les salió mal a ambos pero el líder socialista tenía el comodín Frankenstein guardado mientras que a su rival no le quedaba otra salida que marcharse a su casa tras el descalabro. Desde entonces el partido naranja es un zombi político; se ha quedado sin espacio y todos los caminos que tome conducen al fracaso. Las grandes fuerzas dinásticas no quieren bisagras: el PSOE dispone de Podemos y de los nacionalistas como soporte de su estrategia de bandos y el PP, por mucho que reniegue de Vox, acabará por aceptarlo -si no se deja adelantar por la derecha- como inevitable aliado. Ninguno necesita cascos azules: les conviene que entre ellos sólo haya un páramo.
Pero hay maneras y maneras de fracasar, y de resistir, y siempre será mejor la de la dignidad que la de la torpeza. Arrimadas se ha metido en maniobras que no es capaz de controlar porque a su alrededor falta pericia, picardía, soltura y experiencia. Lo primero que es menester para montar una conspiración es prever las respuestas, y si la de Ayuso ha sido audaz -pero no tanto como para resultar una sorpresa ni para causar el desconcierto que ha sembrado en la sede acristalada de frente a las Ventas-, el esperpento murciano deja a la dirección centrista envuelta en una ofuscación patética. El proyecto fallido de Cs era una iniciativa honesta que merecía al menos caer con una cierta grandeza.