El pasado es el pasado

ABC 09/05/14 – ROGELIO ALONSO

Rogelio Alonso
Rogelio Alonso

· «Así se prostituye la Historia para que quienes ensangrentaron el pasado controlen el presente y el futuro, como evidencia el fortalecimiento político de su partido»

El pasado es el pasado», sentenció Gerry Adams días atrás al eludir su procesamiento por el asesinato de Jean McConville en diciembre de 1972. El pasado no desaparece aunque Adams intente esconderlo y transformarlo. «Los gemelos tenían seis años. Jamás podré olvidar su llanto aferrándose a mi madre mientras se la llevaban forcejeando. Echaron la puerta abajo y apuntaron sus pistolas contra nosotros. Dos de las personas que se la llevaron eran mujeres. Mostraron la misma piedad que dos bestias. Todavía tengo pesadillas con esa escena». La tristeza inundaba el rostro de Helen aquel verano de 1995 mientras relataba la angustia de vivir sin saber dónde se encontraba el cadáver de su madre, Jean McConville. «No puede imaginarse lo que se siente sabiendo que alguien conoce cómo fueron las últimas horas de mi madre y dónde se encuentran sus restos. La frustración es indescriptible, como un veneno», añadió antes de despreciar la cobardía de Gerry Adams, jefe de la «Brigada del IRA en Belfast» en el momento en el que Jean fue torturada por terroristas que hicieron desaparecer su cadáver. Fue en 2003 cuando casualmente se encontraron los restos de aquella madre de diez hijos asesinada por los hombres de Adams.

También pertenece al pasado aquel septiembre de 1999 en que Margaret McKinney y Mary McClory pudieron enterrar a sus hijos Brian y John después de que el IRA los asesinara y escondiera sus cuerpos en 1978. Margaret solo recuperó los restos después de soportar espantosas humillaciones: «Sentí un asco terrible al escuchar a Gerry Adams en televisión reconociendo que habían cometido una injusticia con nosotros, pero añadiendo que esto es lo que pasa en una guerra y que todo el mundo sabe la opinión que en Irlanda se tiene de los confidentes. ¿Cómo se puede ser tan insultante? Tuve que suplicarles a los políticos que legislaran para que, si los cuerpos aparecían, no se hicieran análisis forenses que dieran con los asesinos. Esos cobardes no me han devuelto a mi hijo por humanidad». Tenía razón: solo la presión de políticos estadounidenses logró que el IRA aportara en los años noventa una vaga información sobre la posible ubicación de algunos de los 14 cadáveres que el grupo terrorista hizo desaparecer.

También es parte del pasado el tormento de Margaret recordando que a su hijo le ataron las manos a la espalda antes de pegarle un tiro en la nuca: «A veces lloro sin parar pensando en su cara cuando me lo mataron, pensando en el miedo que pasaría y cómo pensaría en mí, porque sé que antes de ser asesinado Brian pensó en mí». Mary McClory, madre de otro desaparecido, también guardaba recuerdos que Adams desea consignar en el pasado: «Es repugnante recibir en tu casa al hombre que sabe algo sobre el paradero de tu hijo y que no suelta nada, que solo te muestra su rostro compungido como si entendiera lo que estás pasando, pero que sabes no va a mover un maldito dedo por ti. Es un hipócrita».

En el pasado queda también el llanto desconsolado de los hijos de John Graham y David Johnston acompañando los féretros de sus padres, policías asesinados por el IRA en junio de 1997. Recuerdo vivamente el contraste entre la luz de un precioso sol de verano y ese sollozo interminable y desgarrador de unos niños que se aferraban a sus madres destrozadas. Mientras Adams defendía esos asesinatos, respetables políticos británicos negociaban con el dirigente terrorista un alto el fuego que llegó en unas semanas. Hoy esos cinco huérfanos, como muchos otros, siguen sin obtener justicia para los crímenes cometidos por el IRA, los mismos que Adams continúa justificando a pesar de que ahora deje de ordenarlos. Sin embargo, con la inestimable colaboración de no pocos políticos y periodistas, Adams maquilla su pasado tras construirse esa máscara de pacifista tan útil para eludir las responsabilidades penales y políticas por sus crímenes.

Tras su detención días atrás, se ha vuelto a escuchar que la justicia no debe obstaculizar la paz, como si aquella no fuera una condición absolutamente necesaria para lograr esta, como si juzgar a los terroristas fuera abrirles heridas a ellos en vez de cerrar las que han causado a las víctimas. De nuevo se ha apelado a un hipotético «bien superior», al «mal menor», como pretexto para propugnar la inmunidad de uno de los mayores criminales de la historia reciente. Precisamente ese engañoso bien común al que se apela exige, con el fin de lograr el desarrollo individual y social, que se sancione a quienes han dañado a la colectividad. La promoción de los valores democráticos y la neutralización de la subcultura de la violencia obligan al justo y ejemplarizante castigo a quienes tan brutalmente han infringido la ley. Sin embargo, se llega a exigir una perversa «imaginación moral» para exonerar penal y políticamente a quienes han violado los derechos humanos de forma sistemática.

Los supuestos esfuerzos por la paz de Adams son esgrimidos para cancelar el pasado, ignorándose que el abandono del terrorismo no le convierte en un pacifista, solo en un realista que estratégicamente renunció al terror cuando sus costes excedían los beneficios. Mientras miles de ciudadanos desafiaban al IRA rechazando el terrorismo, Adams no tuvo reparo en utilizarlo ni la valentía de renunciar a él hasta que obtuvo concesiones políticas por ello. El responsable de tanta victimización se presenta como víctima y pontifica sobre el precio de la paz. Una eficaz maquinaria propagandística esconde las manos manchadas de sangre de Adams con las imágenes del estadista que saluda sonriente a líderes mundiales. El político cercano que besa a los niños oculta al culpable de que hoy se les siga negando justicia a tantos huérfanos como ha causado el IRA. Esa trampa retórica llamada «proceso de paz» exige que el pasado criminal prescriba en aras de un pragmatismo que no resulta ser tal, sino más bien un ejemplar ejercicio de cobardía moral y política. Se coacciona a la sociedad reclamándole una vergonzosa impunidad que eufemísticamente se disfraza como un «doloroso compromiso». Pero el dolor solo lo sufren las víctimas a las que injustamente se les reclama una actitud inhumana como lo es renunciar a la reparación que la necesaria justicia retributiva implica.

«La única paz que yo siento es cuando me inyecto morfina para soportar los dolores. Claro que sería estupendo olvidar y perdonar, pero no es tan sencillo. Los políticos pueden repetir una y otra vez que no debemos vivir en el pasado, pero ellos no se levantan cada día con esta pierna hecha trizas y paralizada», me decía en 1999 Sam Malcomson, gravemente herido por el IRA en septiembre de 1972. Dos días después del atentado, yacía en coma cuando su madre murió de un ataque al corazón mientras le visitaba. «Ya no somos importantes porque nosotros no matamos a nadie», se lamentaba Ronnie Pollock, policía que en noviembre de 1981 perdió sus dos piernas en otro atentado del IRA. Su compañero Noel McConkey, dos piernas y un brazo amputados en atentado del IRA en 1978, se quejaba de que los asesinos fueran presentados como artífices de la paz y las víctimas, como un obstáculo: «El Gobierno está demostrando que si eres capaz de crear la destrucción necesaria entonces se te escucha, todo para evitar que el conflicto se extienda a Londres».

Ese es el pa­sa­do que de­be anu­lar­se pa­ra fal­sear la me­ta­mor­fo­sis de Adams, co­mo ha­cía ElPaís el 16 de enero de 2005: «En Ir­lan­da del Nor­te nin­gu­na otra per­so­na ha es­ta­do más en­tre­ga­da a la ta­rea de al­can­zar la paz me­dian­te el diá­lo­go». Así se pros­ti­tu­ye la His­to­ria pa­ra que quie­nes en­san­gren­ta­ron el pa­sa­do, con­tro­len el pre­sen­te y el fu­tu­ro, co­mo evi­den­cia el for­ta­le­ci­mien­to po­lí­ti­co de su par­ti­do. En­tre­tan­to, des­de Es­pa­ña al­gu­nos con­tem­plan en­tre es­pe­ran­za­dos y sa­tis­fe­chos có­mo el Es­ta­do bri­tá­ni­co, tras de­rro­tar po­li­cial­men­te al IRA, le otor­gó un pe­li­gro­so triun­fo al te­rro­ris­mo al re­nun­ciar a com­ba­tir des­de el ám­bi­to po­lí­ti­co, so­cial e ideo­ló­gi­co su le­gi­ti­ma­ción.

ABC 09/05/14 – ROGELIO ALONSO