EL CORREO 03/03/15
FLORENCIO DOMÍNGUEZ
Este fin de semana, el dirigente del PNV Joseba Egibar reclamaba a la izquierda abertzale que revisará su pasado para ser ‘fiable en su futuro’. Unos días antes, durante un acto de homenaje a Fernando Buesa y José Ramón Recalde, el lehendakari hacía también un llamamiento a la autocrítica por las actitudes mantenidas ante la violencia. Hace una semana, el historiador Raúl López Romo, en un sólido y documentado trabajo de investigación presentado ante el Parlamento vasco, ponía en evidencia cuál había sido la actitud social y de las instituciones ante la violencia, cómo hasta mediados de los ochenta domina la indiferencia colectiva ante los crímenes de ETA y en cambio se produce una movilización activa cuando las víctimas eran los terroristas.
El terrorismo ha marcado la historia del país de las últimas décadas y la ha hecho tan densa, densa de sangre, de violencia y de intimidación, que es imposible ignorar lo ocurrido. A raíz del anuncio del abandono de la violencia por parte de ETA, muchos creyeron que se iniciaba una etapa nueva en la que, por fin, se podía dar la espalda al pasado. Se inició, es cierto, una etapa nueva en la que por vez primera no hay amenazas a la vida y a la libertad de una parte de la población, pero la reconstrucción política y moral que requiere la sociedad vasca no puede llevarse a cabo ignorando lo ocurrido, ni las responsabilidades habidas en la violencia.
El pasado está presente en hechos cotidianos, como las detenciones de reclamados por la Justicia que tanto indignan a la izquierda abertzale, una izquierda abertzale que reclama juicios por los crímenes del franquismo y protesta cuando se juzga a los de ETA, mucho más recientes. No sólo está presente, sino que el pasado lo reivindican, como hizo el presidente de Sortu hace unos meses en unas declaraciones que dieron lugar a la apertura de unas diligencias judiciales luego archivadas. Los jueces decidieron que no había materia penal en sus palabras y no la habrá, pero políticamente, cuando alguien se enorgullece de la historia de la izquierda abertzale, lo hace con conciencia de que eso también abarca la trayectoria de ETA que, a fin de cuentas, ha sido el eje y sujeto principal de esa izquierda abertzale durante décadas. Sólo de una manera artificial, y quizás también a efectos legales, se puede separar a ETA de la izquierda abertzale.
El PNV insiste, razonablemente, en reclamar a la izquierda abertzale el reconocimiento de la ilegitimidad del terrorismo, pero no encuentra respuesta. A fin de cuentas, cuando decidieron que había que acabar con la violencia no fue porque hubieran interiorizado que matar estaba mal y que no era aceptable el crimen como herramienta política, sino porque vieron que no tenían más remedio que hacerlo obligados por el Estado. Por eso no pueden hacer una autocrítica sobre una etapa de su historia en la que no encuentran motivos para criticarse.