El paseíllo

EL MUNDO 02/02/17
ARCADI ESPADA

EL LUNES, a buena hora, el presunto Artur Mas saldrá del parlamento de Cataluña en dirección al tribunal superior de Justicia, distante unos 700 metros. La mañana será algo fría y habrá nubes altas. El presunto hará el camino a pie, aclamado por los miles de súbditos que el gobierno desleal está convocando por todos los medios imaginables. Entre ellos el recordatorio a los funcionarios de que disponen de varios días de libre disposición. Es fácil imaginar cómo esa llamada habrá dividido al personal de las oficinas públicas entre adictos al régimen y desafectos, para utilizar la verba franquista que la iniciativa merece. No es fácil prever el número de personas que responderán. Ni tan siquiera si podrán impedir el juicio, como quieren algunos propagandistas. Es difícil adelantar un número, pero no el carácter despreciable de la convocatoria que tan bien define su itinerario. Desde el parlamento, una comitiva infectada irá a decirle a los jueces que no pueden juzgar al que votó el pueblo.

Mientras tanto, al otro lado, el presidente Rajoy insiste en lo que no va a hacer, que es destruir la soberanía de la nación de libres e iguales. Está bien. Pero tal vez le haya llegado al presidente el difícil momento de decir lo que va a hacer. Es probable que los españoles libres e iguales agradecieran de él una radical deslegitimación de la maniobra de presión a la justicia que preparan los nacionalistas. Así, de paso, contentaría también a los equidistantes que le exigen hacer política. Alta política democrática, en efecto, sería haber oído de su boca una deslegitimación radical de la maniobra de presión que preparan los nacionalistas. Tal vez oyéndole alguno de los dudosos del día libre descartara adherirse y se sintiera de pronto instalado en una inédita y gozosa ciudadanía. En Cataluña hay otra persona que también se muestra diariamente dispuesta a hacer política y no sólo ley –falacia que reproduce en modo de tumoración benigna la oposición entre diputados y jueces que plantea el paseíllo de Mas. Estos días Inés Arrimadas tiene una excelente ocasión de hacer política. No sólo señalando la tradición escuadrista de la que procede la iniciativa, sino convocando en la misma calle a los ciudadanos que defienden la ley, porque defienden la democracia. A la impresionable jefa de la oposición no debería preocuparle el número de esos ciudadanos. Basta un cisne negro para negar que todos los cisnes sean blancos. Este es el profundo sentido que, al menos desde Popper, tiene no solo la teoría del conocimiento, sino también la lucha contra el totalitarismo.