El pebetero

ABC 26/07/17
IGNACIO CAMACHO

· Quizá los Juegos fuesen la única ocasión en que los intereses de España prevalecieron en Cataluña ante los del soberanismo

FUE un hermoso truco ideado por un experto en efectos especiales: la flecha olímpica no entró en el pebetero ni estaba previsto que entrase. Los primeros Juegos de la posmodernidad fueron pioneros de lo que hoy se llaman posverdades: verosímiles mentiras seductoras que encienden, como aquella saeta ardiente, llamas emocionales. Delante de la mirada del mundo no cabía la opción de arriesgarse; un cuarto de siglo después ya cabe admitir ante los adultos que ciertos regalos los traen los padres.

Mirado desde hoy tal vez el espejismo fuesen los propios Juegos, un ardid con el que Cataluña y el resto de España fingieron haberse reconciliado. Funcionó por recíproca conveniencia, a base de mutuo autoengaño. En realidad, el nacionalismo desconfió siempre y entró al proyecto arrastrando los pies; Barcelona estaba gobernada, como el país, por los socialistas y Pujol tendía a ver el asunto como una pinza entre la ciudad y el Estado. Aceptó porque no se podía oponer y porque sacó tajada, con todo lo que eso significa hablando de Pujol, pero al no tener el control nunca se sintió cómodo en aquel pacto. Sabía que Maragall era un problema para él con sus ambiciones de liderazgo —el tiempo le dio la razón— y le inquietaba la idea de agrandar a un potencial adversario.

Sea como fuere, el balance resultó un incuestionable éxito; quizá la primera y última vez en que los intereses de España estuvieron en Cataluña por delante de los del soberanismo. El poder pujolista, tan receloso de sus competencias, tuvo que aceptar la eficacia del modelo cooperativo. Hubo codazos y zancadillas pero todas las partes sacaron su rédito político. Y la sociedad civil, la emprendedora burguesía industrial y profesional catalana, vivió la oportunidad de desarrollo más dinámica del siglo.

Carlos Herrera se preguntaba ayer –pregunta retórica de respuesta obvia– si era posible pensar en un empeño como aquel en la Cataluña de ahora mismo. Con Puigdemont y Colau al frente de las instituciones claves, con Podemos y las CUP como elementos decisivos, con el abate Junqueras en la trastienda, con la secesión como horizonte, con la Generalitat volcada en su obcecado desafío. Con un potente frente antisistema con enorme capacidad de desequilibrio. Con una opinión pública suspicaz ante cualquier iniciativa empresarial que conlleve la lógica del beneficio. Y con un Gobierno de la nación sin mayoría, imposibilitado para tomar decisiones y acorralado por una oposición que lo considera ilegítimo.

Son los ciudadanos catalanes quienes sobre todo deberían formularse, sin nostalgia ni remordimientos, la cuestión de si su comunidad está hoy en condiciones de abordar cualquier clase de proyecto estratégico; de si esta deriva de ruptura ha sido al fin un avance o un retroceso. De si los incendiarios arqueros de la independencia no van a acabar volcando sobre sus cabezas el pebetero..