JOSÉ MARÍA CARRASCAL – ABC – 27/12/15
· ¿Qué hemos hecho para merecer esto? Pues eso, lo que hemos hecho. Y dejado de hacer.
La mejor prueba de que Cataluña es España y de que los catalanes son una variedad más de los españoles la tenemos en el actual paralelismo entre la situación catalana y la española, que llegan casi a la copia exacta. A día de hoy, tanto Cataluña como España se encuentran con un Parlamento fragmentado, unos partidos políticos enfrentados y un gobierno en funciones, sin verse la posibilidad de convertirlo en uno sólido a corto plazo. Lo que lleva a nuevas elecciones que tampoco garantizan la estabilidad del que salga de ellas.
La razón es la misma: un individualismo extremo, una incapacidad de superar las barreras ideológicas que impide entenderse con el vecino y un sentido de comunidad que no ha sobrepasado el espíritu de tribu, para alcanzar el grado de proyecto común y destino compartido. Tanto en Barcelona como en Madrid –lo mismo que en todas las ciudades e incluso aldeas españolas– continúa la lucha por imponer a los demás el proyecto propio, sin conceder al ajeno la mínima credibilidad o posibilidad.
En este tipo de lucha, se imponen siempre los más radicales y sectarios, al ser los más comprometidos con su causa. Basta ver y oír cómo se está llevando a cabo esa batalla, los insultos que se cruzan, las líneas rojas que se trazan, la resistencia a reconocer errores, las mentiras que se cuentan, la respuesta al mensaje navideño del Rey pidiendo concordia, la saña con que se ataca al «otro», el deseo de humillarle y acabar políticamente con él, que esconde el de acabar físicamente, para darse cuenta de que la «sombra de Caín» de que hablaba Antonio Machado vuelve a vagar errática por estos lares.
Los catalanes, que se creían excluidos de esa maldición, ven asombrados, cómo vaga también por sus tierras, una vez que han disfrutado de autonomía suficiente para que salga de su mazmorra. A España en general le pasa exactamente lo mismo. Resulta que con un nivel de vida semejante al de los países más desarrollados, con una democracia que puede competir en derechos (en deberes ya es otra cosa) con las mejores, con empresas que compiten a nivel internacional y unos servicios sociales como los más eficientes, no es capaz de elegir presidente de gobierno. La economía no es, por tanto, la base del Estado social y de derecho, como decía Clinton y pensaba Rajoy. Al menos en España, que sigue siendo diferente y donde vuelve a imperar la soberbia, el pecado de Luzbel, el creerse más que los demás, la incapacidad de entenderse con ellos, la cerrazón y la ignorancia, semilla de todos los males, al menos en política.
En ningún sitio se ve mejor que en Cataluña, que prefiere negarle a los hospitales lo que dedica a su «espíritu», a su «proyecto», a su «procés», que llevado a la práctica ha significado tener el dinero en Andorra. Pero en el resto de España no es distinto, sólo con las variedades territoriales, que se convierten en orfeón desafinado en Madrid. ¿Qué hemos hecho para merecer esto? Pues eso, lo que hemos hecho. Y dejado de hacer. Pero ninguno lo admitirá: «¿A mí? Que me registren». ¿Les suena?
JOSÉ MARÍA CARRASCAL – ABC – 27/12/15