Francesc de Carreras-EL CONFIDENCIAL

  • Para auparse en el poder y conservarlo, ha sido el primer presidente que ha triunfado en una moción de censura y también el primero en formar un gobierno de coalición

 

Tan solo hace ocho días tuvo lugar un cambio de ministros del Gobierno Sánchez que ha suscitado todo tipo de especulaciones durante esta pasada semana.

Nadie ha puesto en duda que este cambio ha sido profundo y con algunas sorpresas más que inesperadas, especialmente respecto del cese de los titulares de algunos ministerios (Calvo, Ábalos, Celaá, Campo), y de Iván Redondo. También ha sido relevante que algunos permanezcan en sus cargos, en especial Calviño, que ha ascendido en la jerarquía de las vicepresidencias, así como el papel estelar que el nuevo ministro de la Presidencia, Félix Bolaños. Un balance general del cambio lo publiqué el pasado domingo, tras digerir precipitadamente la noticia. Releído hoy el texto, me reafirmo en lo que dije. 

Ahora bien, en un tipo de gobierno parlamentario como es el nuestro, más importante que la personalidad y capacidad profesional de los ministros es la mayoría política que sustenta al Gobierno en el Congreso, en concreto a su presidente, y que le debe dar no solo la estabilidad necesaria para desarrollar sus políticas con un apoyo suficiente sino la seguridad para que no sea objeto de continuas zancadillas que lo desacrediten ante la opinión pública y perjudiquen sus posibilidades de obtener un buen resultado en las siguientes elecciones. 

En este aspecto, si bien han cambiado algunos ministros, no han cambiado las fuerza políticas que lo apoyan en el Congreso y este hecho dice más de lo que le pueda suceder al Gobierno Sánchez que los cambios ministeriales llevados a cabo hace una semana. Estos soportes parlamentarios, tan contradictorios con el PSOE, son la causa de la inestabilidad mostrada desde junio de 2018, su escasa eficacia política y el descrédito alcanzado en tan poco tiempo.

Si se habla tanto de «antisanchismo», un término que no me gusta, fuera del PSOE, pero, sobre todo, también entre sus votantes e, incluso, militantes, es debido a su doble pecado original: primero prometiendo en las primarias socialistas de 2017 que para derrotar a Rajoy estaba dispuesto a pactar con Podemos y los separatistas catalanes y nacionalistas vascos; segundo, y a continuación, cumpliendo esta promesa en el voto de censura de 2018 y los gobiernos sucesivos, hasta el punto de formar en 2020 un Gobierno de coalición con los populistas de Iglesias. 

Para auparse en el poder y conservarlo, Pedro Sánchez ha sido el primer presidente que ha triunfado en una moción de censura y también el primero en formar un gobierno de coalición, en ambos casos apoyándose en fuerzas muy distintas y, sobre todo, contradictorias con el mismo PSOE, al menos entendido este partido en la tradición socialdemócrata que se mantenía desde los tiempos de Felipe González y Alfonso Guerra, solo resquebrajada en parte, pero mucho menos que en la actualidad, por Rodríguez Zapatero. Recibir el apoyo parlamentario de fuerzas muy distintas, como es el caso actual, conduce a Gobiernos incoherentes, algo que los electores perciben claramente aún sin entrar en detalles. Algunos no perdonan a Sánchez esta ambición personal que él denomina resistencia. 

Este es el pecado original de los Gobiernos de Sánchez y ya puede cambiar de ministros, incluso mejorando la categoría de los anteriores, que el pecado no se borra si no se cambia de aliados. Con la moción de censura tomó un camino de perdición del que, por más cambios que efectúe en su gabinete, no alcanza a rectificar. 

Con la moción de censura tomó un camino de perdición del que, por más cambios que efectúe en su gabinete, no alcanza a rectificar 

Es decir, mientras estos aliados sigan siendo todo el conglomerado de Podemos —el antiguo, el de Irene Montero, Belarra, Garzón, es decir, el de Iglesias, con BNG y Comunes incluidos— y los separatistas de ERC —aún con los buenos modos de Aragonés, prisionero político de Puigdemont—, más los de Bildu y, además, también el PNV —cuyo principio ético fundamental es apoyar al ganador, sea quien sea, para sacar tajada—, la izquierda nacionalista valenciana, los de Errejón y hasta los de Teruel por si alguien duda que existe, más alguno del cual seguro me olvido, cambian los ministros, pero el Gobierno sigue sustancialmente siendo el mismo. 

Es decir, mientras sus aliados en el Gobierno de coalición y sus apoyos en el Congreso sean populistas y separatistas de variado pelaje, el presidente resta prisionero de algo muy distinto al PSOE tradicional, se aleja de la centralidad que este siempre ha observado y de la que se preocupan en respetar los socialistas europeos. Sánchez y el PSOE de hoy son una extravagancia dentro de este socialismo. 

Para corregir esta dirección no hay cambios de gobiernos que valgan a menos que el presidente dé señales de orientarse hacia otros aliados y efectúe los pactos de Estado que darían estabilidad a su gobierno, tranquilidad a una gran mayoría de españoles y confianza en los gobiernos europeos. Pero no creo que esto suceda, tampoco el PP ayuda. 

Para corregir esta dirección no hay cambios de gobiernos que valgan a menos que el presidente dé señales de orientarse hacia otros aliados 

Pronto veremos encarnizadas polémicas con la ley de memoria histórica, la «trans» y la del «solo sí es sí», la vivienda y los alquileres, el reparto de los fondos europeos entre comunidades y las mesas de diálogo con Cataluña, una para pagar y cobrar y la otra para mantener vivo el conflicto. Solo faltaba que Yolanda Díaz nos explicara ayer confusamente las razones de cambiar «patria» por «matria», una solución a los problemas reales de España que puede hacer carcajear a medio mundo. 

Un cambio de ministros no es suficiente. Lo que se necesita es que Sánchez se haga perdonar su pecado original, algo en los que nadie confía. El resbalón de la moción de censura de 2018 le está haciendo rodar por una pendiente inacabable. Quizás llegue hasta el final de su mandato. Pero a trompicones.