Juan Ramón Rallo-El Confidencial
- La libertad de uno sí debe terminar donde empieza la del otro (y viceversa). La crítica de Errejón no tiene ningún sentido
Asimismo, también puede ocurrir que el ejercicio de mis derechos genere beneficios o perjuicios sobre los demás: por ejemplo, abrir un negocio puede arruinar el negocio de mis competidores; asimismo, emitir polución puede dañar a aquellos que padecen esa polución. Pero nuevamente aquí estamos ante un conflicto interpersonal que el derecho debería aspirar a solventar definiendo qué externalidades en el ejercicio de un derecho son aceptables y cuáles no (por ejemplo, arruinarse por la competencia es aceptable, sufrir la polución ajena no es aceptable): algo que no niega sino que confirma la naturaleza competitiva y excluyente de los derechos (quien contamina quiere tener derecho a contaminar y quien es contaminado quiere tener derecho a impedir la contaminación ajena).El liberalismo es una filosofía política que sostiene que cada cual tiene derecho a decidir sobre sí mismo y sobre las propiedades que haya adquirido pacíficamente: es dentro de ese ámbito donde cada cual puede intentar desplegar su propio proyecto de vida (establecer su estado del mundo deseado) sin que los demás puedan impedírselo. La libertad para el liberalismo es ese derecho universal de cada individuo sobre los demás a ser respetado respecto a sí mismo y respecto a sus propiedades (obligación ajena de no hacer sobre el sujeto y sus objetos). Por consiguiente, cuando el liberalismo sostiene que “mi libertad termina donde comienza la tuya”, solo está señalando que mis ámbitos legítimos de actuación concluyen donde empiezan tus ámbitos legítimos de actuación. Es decir, que cada cual ha de evitar interferir sobre los planes de acción ajenos en ausencia de consentimiento por parte de esos terceros. Señalar que “mi libertad comienza donde comienza la tuya” implica que nadie tiene la obligación de respetar al resto de personas o a sus propiedades, sino que cada uno tenemos el derecho a decidir sobre los demás.
Por tanto, o Errejón no quiso transmitir esa idea o si quiso transmitirla tiene una visión tiranizadora de las relaciones sociales. Sin descartar plenamente la segunda opción, apuesto en este caso por la primera: que Errejón dio forma a una bonita ocurrencia, pero con un contenido poco reflexionado. ¿Qué quiso decir entonces Errejón? Probablemente alguna de estas dos ideas: o que las libertades individuales solo pueden defenderse eficazmente entre todos o que los derechos no deberían tener una naturaleza individual sino colectiva.Lo primera idea no es incompatible con el concepto liberal de libertad: que coaligadamente tengamos más poder militar para repeler las agresiones externas contra las libertades individuales no implica que esas libertades no tengan una naturaleza individual (esto es, que mandaten salvaguardar los planes de acción de cada persona frente a los planes de acción gregarios de la comunidad). Lo segundo sí es radicalmente incompatible con el concepto liberal de libertad en tanto en cuanto subordina el proyecto de vida de cada individuo a las preferencias colectivas: en esencia, lo que hace es negar la existencia de libertades individuales hasta el punto de solo conferir a cada persona voz para tratar de configurar las preferencias colectivas. Pero esto último no supone que mi libertad comience donde empieza la tuya, sino que ni tú ni yo tenemos libertades y que tanto tú como yo hemos de someternos a lo que arbitrariamente ordene el grupo: la tiranía de la mayoría.
¿Habría sido más libre Errejón si, por ejemplo, se le hubiese obligado a someterse al ‘diktat’ mayoritario de Podemos sin poder escindirse del partido y formar el suyo propio dentro del cual tuviera plena autonomía para decidir? Desde luego que no, pues habría devenido siervo político de Pablo Iglesias. Por eso, la libertad sí ha de tener de un componente individual: porque los proyectos plurales de vida de los individuos no son reductibles a un único y mismo proyecto común, de modo que la alternativa al respeto mutuo es el aplastamiento de las minorías por parte de las mayorías (o de los débiles por parte de los fuertes). De ahí que la libertad de uno sí deba terminar donde empieza la del otro (y viceversa). La crítica de Errejón no tiene ningún sentido.