Ignacio Varela-El CONFIDENCIAL

  • Nunca hubo en el PSOE madrileño candidato tan dócil como el profesor, que fue un decente ministro, pero que ya solo representa la obediencia debida, una máscara de respetabilidad para el monstruo de las mil caras

Ángel Gabilondo lee a Kant y, en los ratos libres, ejerce como candidato de emergencia. Ni él lo pensaba, ni nadie pensaba ya en él para ese papel. De hecho, Sánchez le había buscado un aparcamiento de lujo como pago por los servicios prestados. Gabilondo le debe esta candidatura sobrevenida a Pablo Iglesias, a Pablo Casado y al juez De Prada. Si el primero no hubiera bloqueado ‘in extremis’ el acuerdo con el segundo para el reparto del CGPJ, usando al tercero como parapeto, el eximio profesor ya estaría instalado en el Palacio Bermejillo, sede del Defensor del Pueblo.

Afortunadamente para él, en esta campaña no tiene que ocuparse de nada. Se limita a decir lo que le dictan, firmar lo que le escriben y presentarse donde lo citan. Desde que terminó la época dorada de Tierno en el ayuntamiento y Leguina en la comunidad, todos los secretarios generales del PSOE sin excepción han sentido la pulsión de tutelar personalmente —cuando no imponer ‘manu militari’— las candidaturas de Madrid. El resultado está a la vista: tres décadas en la oposición.Con todo, nunca hubo en el PSOE madrileño candidato tan dócil al mando supremo como el profesor Gabilondo. Cualquiera de sus antecesores tuvo más autonomía política y funcional, más capacidad para componer la lista, elegir el equipo electoral y orientar la campaña. Todos ellos, con éxito desigual, plantaron cara en algún momento a la intrusión de Ferraz/Moncloa.

 Eso se acabó: la históricamente indómita organización madrileña del PSOE es hoy la finca de recreo de Sánchez, su Casa de Campo particular. En ella ejerce de señor de vidas y haciendas como en ningún otro territorio.


Quien mejor lo entendió y siempre se prestó a ello de buen grado fue Gabilondo. En 2015, al enfundarse el uniforme, formuló voto de obediencia y lo mantiene con encomiable entereza, deglutiendo incluso más de una humillación. En todo este tiempo no ha mostrado ni la apariencia de una postura levemente autónoma respecto a los incontables volatines políticos del protolíder.

Tampoco ahora. La actual figuración de una supuesta “línea propia” del candidato, que se separaría de la oficial, es un tongo como una catedral. Su contenido interesa únicamente como una huella de elefante sobre la utilización que Redondo pretende hacer del candidato-marioneta en esta campaña que se desarrollará en Madrid, pero que, desde la convocatoria al desenlace, nada tiene que ver con Madrid.

Como el candidato es uniformemente plano respecto a las figuras afiladas de Iglesias y Ayuso, hagamos de la debilidad una fortaleza. “Dicen que soy soso” (ese recurso lo inventó Fernando de la Rúa en Argentina, en 1999). Como el voto que está en el mercado es el de los votantes de Ciudadanos, hagamos la campaña que haría Ciudadanos, con unas gotas de extrasanchismo para aquietar conciencias en el campo propio. Un razonamiento estratégico que no pasará a la historia por original o sofisticado.“No gobernaré con Podemos. Con este Iglesias, no”. Saltemos sobre el hecho singular de que ese veto se dirige a quien todavía hoy es vicepresidente del Gobierno que comparte con el PSOE. Tal como lo formula Redondo a través de Gabilondo, o es una falsedad consciente como la de Sánchez hace un año, o contiene una asunción previa de la derrota.

Si se diera el caso extraordinario de que Gabilondo tuviera números para ganar una investidura, los votos de Podemos serían imprescindibles. Esa es la parte engañosa de la proposición: Sánchez y Gabilondo saben perfectamente que, si se abriera la posibilidad de ganar ese Gobierno, lo primero que harían sería hablar con Iglesias para subirlo al carro. Otra cosa es que este no tenga ningún interés personal en repetir experiencia vicepresidencial y les envíe un propio que ocupe el asiento.
¿Gobernar con Más Madrid y con Ciudadanos? Para que tal cosa fuera viable, tendrían que concurrir tres condiciones: que PP y Vox no alcancen la mayoría absoluta. Que tanto el PSOE como Más Madrid conserven al menos toda la fuerza que obtuvieron en 2019 —lo que acarrearía que Podemos quede fuera de la Asamblea—. Que Ciudadanos supere el 5% y se preste a la operación.

Que se produzca cualquiera de esos tres hechos sería una sorpresa. Que se den todas, una fantasía. Si el PSOE crece según el diseño de Moncloa, será porque habría completado la succión de Ciudadanos (el PP se llevará la parte principal) y ese partido quedaría al nivel del PACMA. Sin el motor de Manuela Carmena y con la competencia de Iglesias, la probabilidad de que Más Madrid repita su resultado excepcional de 2019 es inexistente. Y Podemos no solo superará el 5%, sino que es verosímil que supere al partido de Errejón —que es la verdadera ambición de Iglesias en esta elección—.
Gabilondo predica esta fórmula sabiendo de antemano que no se verá en la tesitura de llevarla a la práctica. Que lo más probable es que PP y Vox formen el próximo Gobierno. Que es muy probable que Ciudadanos no entre. Y que para componer una hipotética mayoría alternativa (una especie de Frankenstein invertido) habría que incluir a Podemos, lo que, a su vez, ahuyentaría a los naranjas

«El caso es tener siempre a mano un pretexto para que las sensibilidades exquisitas puedan seguir votando a Sánchez»

El alborozo con que la socialdemocracia de la vieja escuela celebra este evidente anzuelo recuerda con qué pasión se abrazaron durante meses a la fantasía de que ERC, trasmutado en partido institucional y renegando del rupturismo secesionista, se prestaría gustoso a romper con el independentismo para reconstruir, con el PSC y los Comunes, aquel experimento maragalliano que tan buen resultado dio para Cataluña y para España. Algunos incluso veían en sueños a ERC votando la investidura de Illa.Además, quienes más aplauden hoy el “no es no” de Gabilondo a Iglesias serán los primeros en comprender, si llega el caso, que se recurra a Podemos o al lucero del alba para frenar a Ayuso. El caso es tener siempre a mano un pretexto para que las sensibilidades exquisitas puedan seguir votando a Sánchez. Hay que admitir que, para eso, el ‘touch of class’ de Gabilondo proporciona una coartada perfecta.

El PSOE en Madrid debería abandonar ya el empeño de reencarnar a Tierno Galván en el cuerpo de otro. Desde luego, Gabilondo no es Tierno: entre otras cosas porque este fue cualquier cosa menos dócil. De hecho, se recreaba en hacer lo contrario de lo que le sugerían “estos chicos de Sevilla”. Gabilondo, que fue un decente ministro de Educación, ya solo representa la obediencia debida, una máscara de respetabilidad para el monstruo de las mil caras.